Lula es otra cosa, por Teodoro Petkoff
Pasado mañana votan los brasileños. Lula posee una ventaja tan confortable que se especula que pudiera derrotar en la primera vuelta a sus dos principales rivales, situados también a la izquierda del centro -evidencia, por cierto, del formidable viraje que ha experimentado la opinión pública en el gigante suramericano.
El partido de Lula, el PT, nació en plena dictadura militar, en las entrañas de la clase obrera paulista. Inicialmente un partido de clase, sólidamente enraizado entre los trabajadores, a cuya organización sindical ha contribuido de modo decisivo, ha logrado transformarse en un partido nacional, con implantación entre los pobres del campo y en los sectores medios y con una orientación tan amplia como para haber podido cuajar una alianza electoral y de gobierno con el Partido Liberal, situado a la derecha del espectro político. El PT es, pues, un partido de izquierda moderno, un equivalente, en cierta forma, de algunas de las socialdemocracias europeas. Pero en un país con horrorosos niveles de pobreza y exclusión social, donde coexisten el primer y el cuarto mundo, y urgido de reformas profundas en sus instituciones y estructuras, por las cuales ya pasó Europa. El PT ejerce hoy el gobierno en cinco estados y en centenares de alcaldías, entre ellas la de Sao Paulo y Brasilia y otras grandes ciudades, en un país que es la octava economía del mundo, políticamente maduro, con una izquierda sofisticada, consciente de que tal país no se puede gobernar con desplantes de infantilismo izquierdizante, sino con la seriedad y eficiencia que ha hecho de las gobernaciones y alcaldías que rige el PT las mejor gobernadas de Brasil y casi las únicas donde se mantiene a raya la corrupción. Es bien difícil imaginar a Lula celebrándole el cumpleaños a Fidel Castro.
Lula, si gana, va a dirigir un gran país. Un país muy consciente de sus intereses globales. Por ejemplo, y es uno entre muchos, al igual que Cardoso, Lula ha expresado reservas sobre el ALCA. Como Cardoso, sin estridencia pero con mucha firmeza. No por un «antiimperialismo» trasnochado sino porque el PT es una fuerza nacional, que comparte la óptica de la poderosa burguesía industrial brasileña y de los productores del campo, sectores que resienten la asimetría del diseño norteamericano sobre el ALCA, la cual estiman contraria a los intereses nacionales de Brasil.
Si Lula y el PT logran contener el inevitable radicalismo pueril de la ultraizquierda -que tanto daño hizo a Allende-, y si la derecha brasileña reacciona con madurez y serenidad y no con la estúpida cerrazón de algunos sectores que confunden sus obscenos privilegios nada menos que con La Libertad y se niegan a toda reforma civilizadora, un gobierno de izquierda moderna en Brasil sin duda que alterará para bien las coordenadas de la política continental. En un texto memorable de Carlos Fuentes, dirigido a sus amigos norteamericanos, allá por los tiempos de la guerra nicaragüense, el gran escritor mexicano les aconsejaba negociar democráticamente con la pequeña Nicaragua, porque habrían de llegar los tiempos en que tendrían que hacerlo con Brasil. Parece que ya llegaron.