¿Luz en el túnel boliviano?, por Simón Boccanegra
Los bolivianos deben haber suspirado aliviados con el comunicado de Unasur, en su reunión de Chile. Como era de esperarse de un grupo donde predomina gente con sindéresis y no botafuegos deschavetados como el nuestro, los presidentes suramericanos se pronunciaron tajantemente contra cualquier tentativa de derrocar al gobierno constitucional de Evo Morales, condenaron la violencia y abogaron por la creación de un clima que favorezca la búsqueda de salidas concertadas entre las partes en pugna. Seguramente vendrán algunas acciones prácticas de mediación, para contribuir a destrancar un juego que parece, hasta ahora, no conducir a ninguna otra parte que al abismo de la violencia de alta intensidad. Por su parte, ya en la propia Bolivia se han venido dando algunos contactos entre el gobierno central y los prefectos (gobernadores) de la Media Luna. Cuando existe, como en Bolivia, lo que allá denominan un «empate catastrófico», la solución pasa por el reconocimiento mutuo de las partes entre sí, el reconocimiento de la legalidad y legitimidad del gobierno central y la viceversa respecto de los gobiernos provinciales, así como la admisión de que todos deben caber en el mismo país y están obligados a convivir con base en reglas de juego que no sean fruto de una imposición sino de un pacto nacional. No puede Evo imponer una Constitución que no surgió de la Constituyente; no pueden las provincias imponer autonomías hasta ahora no contempladas en la Constitución vigente. No puede el gobierno central apropiarse a la brava de la totalidad de los impuestos gasíferos y petroleros; no pueden las provincias pretender lo contrario. Todos los regímenes federales han encontrado fórmulas para conciliar los intereses de los gobiernos centrales con los de los estados, provincias o departamentos. Es el reto de Bolivia.