“Ma Rainey’s Black Bottom”: no somos sobras, somos hombres, por Ángel R. Lombardi Boscán
Twitter: @LOMBARDIBOSCAN
Nacer con la piel oscura en los Estados Unidos es nacer marcado con la seña del desprecio. Los estados del sur donde se concentraron las esclavitudes desarrollaron un segregacionismo racial con apoyo, incluso, de los versículos de la Biblia.
“Asegúrate de que tus esclavos y esclavas provengan de las naciones vecinas; allí podrás comprarlos».
«También podrás comprar esclavos nacidos en tu país, siempre y cuando sean de las familias extranjeras que vivan en medio de ustedes. Ellos serán propiedad de ustedes, y podrán dejárselos a sus hijos como herencia para que les sirvan de por vida”. Levítico 25:44-46.
Los esclavistas sureños tenían que limpiar sus sucias conciencias sacando con pinzas citas descontextualizadas del texto bíblico y sin tener la menor idea del contexto histórico en cuestión del Egipto, Mesopotamia e Israel antiguo. Lo importante era acomodar el dolor de otros a la satisfacción propia mediante los beneficios que producía la explotación de los negros tratados a lo bestia.
Ni siquiera su abolición, en 1863 por parte del presidente Lincoln, atenuó el hecho de que la sociedad legal, la hecha y construida a la medida del sector blanco, les siguió marginando y considerando no humanos o muy poco humanos. Eran y, en muchos sentidos aún hoy, siguen siendo las sobras. Ese elemento humano proveniente de África como mercancía humana para sostener con sus brazos, sudores y sangres el esfuerzo de la agricultura del algodón, el tabaco y otros cultivos.
Se repite con mucha frecuencia que la causa de la Guerra Civil en los Estados Unidos, con sus más de 600.000 muertos, fue por la libertad de los negros esclavos en el sur y esto no es del todo cierto. La causa de fondo fue evitar la disolución de los Estados Unidos en dos países con dinámicas económicas en conflicto y formas de vida contrapuestas. Un norte que apostó por la acumulación capitalista mediante el proceso de la industrialización y un sur cuya base de aprovisionamiento lo sustentó en las dinámicas de un mundo rural.
El cine de negros ha sido muy copioso en mostrar la cara fea y oscura de este capítulo de oprobio sobre una población que busca, en la práctica, que su piel oscura no le niegue los derechos y oportunidades que su Constitución enarbola. Muchos han sido los abanderados de la lucha de los negros para que los derechos civiles les sean reconocidos de una manera efectiva. Martin Luther King, entre las décadas 50 y 60 del siglo XX, fue su voz más fidedigna y símbolo prometeico de superación ante las barreras de la sociedad blanca en el pasado y en el presente.
Son comunes en los Estados Unidos de hoy los incidentes de policías blancos vejando o asesinando a detenidos y sospechosos negros, lo cual ha enardecido a una buena parte de su población en contra de un statu quo apático ante estas injusticias. De hecho, el mal manejo de un supremacista blanco como Trump, entre otras razones, pensamos que le costó su aspiración presidencial de ser reelegido recientemente. Y estamos hablando del hoy. En pleno siglo XXI el odio racial de los blancos contra los negros aún no se disipa.
La película: Ma Rainey’s Black Bottom del director George C. Wolfe, no es un entretenimiento convencional y tampoco la historia de los orígenes del género musical blues. Es, más bien, una obra de teatro de denuncia elaborada con la más alta calidad y cuyo autor es el reconocido dramaturgo afroamericano August Wilson (1945-2005). Ma Rainey’s Black Bottom, la obra de teatro, es del año 1984 y corresponde a la década de 1920 bajo los efectos de la gran depresión económica del año 1929, que hizo que seis millones de negros en el sur huyeran de la miseria y el desempleo hacia el norte mucho más urbano.
El destino fue la ciudad de Chicago en el año 1927 y el escenario de la película es un estudio de grabación dónde se hacen los «discos de raza».
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Había que grabar esa ruidosa y muy sentidas canciones de negros, auténticas alabanzas al creador y a la misma vida como sufrimiento, para un mercado de consumidores que así lo demandaba. Los dueños del estudio son blancos y, solo por razones estrictamente comerciales, se avienen a tratar con estos marginados y rechazados por la sociedad blanca. Estos artistas negros lo saben y enfrentan el apartheid de distintas formas.
Ma Rainey (1882-1939) fue una de las primeras cantantes de blues clásico con un relativo éxito y que sabía bien que: “No le importo a nadie. Solo quieren mi voz”.
Tenía fuerza de carácter y logró como artista un reconocimiento que le fue vedado a la mayoría de los otros artistas. La actriz Viola Davis da vida a esta voluminosa mujer desgarbada y retadora, de figura voluminosa y con claras tendencias lésbicas. Toda una provocación de alto riesgo.
El enfoque de la película es una elipsis desde el dolor y la pasión. De una negritud herida y con claras alusiones a una justicia perdida y el abandono del mismo Dios. Sin trabajo no hay libertad: obviamente nos estamos refiriendo al trabajo de provecho; el que hacemos alineado con nuestros talentos y deseos y no por obra y causa de una imposición o necesidad, como es el caso de la mayoría que hace del trabajo su propia cámara de tortura.
Ma Rainey’s Black Bottom no se queda en la denuncia lastimera y mucho menos en la exaltación del blues como himno de la resistencia; su propósito es mucho más trascendente: porque hace del orgullo racial negro una causa positiva. Invita a los espectadores a revisar el pasado para hacer los hallazgos debidos sobre un crimen monumental. Y solo así: el pasado; la historia, es que tiene sentido porque nos permite saber quiénes somos y lo que hay que hacer en el presente más allá de las deformaciones al uso del statu quo prevaleciente y sus adocenadas historias oficiales.
El perfecto complemento para entender a Ma Rainey’s Black Bottom es el libro: La otra historia de los Estados Unidos (1980) del historiador estadounidense Howard Zinn, quien en un acto de extrema valentía tuvo el atrevimiento de presentar la historia invisible de los negros, mujeres, indios, mejicanos, pobres, sindicalistas, desertores y otros parias sociales en la historia de la gran nación del norte, cuya propia publicidad de grandeza se sostiene sobre una injusticia de origen: la de los poderosos, una minoría; sobre los explotados, la inmensa mayoría de lo de que se llama usualmente el pueblo.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
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