Magnicinismo, por Teodoro Petkoff
La masacre de los estudiantes en Kennedy hizo pasar por debajo de la mesa la declaración de Isaías Rodríguez sobre el asesinato de Danilo Anderson como supuesto ensayo general para el magnicidio. Sin embargo, es obligatorio volver a ella porque por pintoresca e inverosímil que parezca, no fue casual sino que obedeció al desarrollo de un plan —aparentemente pospuesto por ahora pero no eliminado— para convertir lo de Anderson en una pieza de los planes de magnicidio.
Un tenebroso dispositivo de chantaje, que se desarrollaba al calor de las imputaciones a los integrantes de la inefable lista de asistentes a Miraflores el 11A, entraría así a la galería de la épica “revolucionaria”. El poeta Isaías ya encontró los autores intelectuales:
Pedro Carmona y sus amigos.
Con la estatua y los bustos del infortunado fiscal ya pagados —costaron una bola de plata, por cierto—, con el decreto que crea la Orden Danilo Anderson todavía sin firmar, y sin saber qué hacer con la Orden del Libertador que le fuera conferida póstumamente, la “línea” es, a contracorriente de lo que es vox populi, tratar de convencer al país de que el crimen de Anderson no tiene como trasfondo una mafia de extorsionadores y chantajistas, con tentáculos en la propia Fiscalía, sino que lo mataron como preludio del gran bombazo, el que tendría como blanco al Presidente. No habría habido, pues, casos de chantaje sino una conspiración urdida en Bogotá nada menos que por Pedro Carmona —quien, con CAP fuera de juego por su enferma y avanzada edad, pasa a ser el pagapeos oficial— para matar al Presidente. Lo de Danilo habría sido una manera de probar la efectividad del dispositivo terrorista. Todo calzaría. Se “resuelve” el cangrejo y, simultáneamente, se alimenta la mitomanía sobre el magnicidio.
Además, Isaías, ansioso de esculpirse su propia estatua de prócer, modestamente se incluye como blanco alternativo de los golpistas y, encima, dice que Rangel también estaba en la mira. Este, por su parte, aprovechó para un templón memorable, que habría ocupado lugar destacado en el libro de Edecio la Riva, Elogio de la adulancia:
“No me importa mi vida sino la del Presidente”. Chávez debe tener todavía una bolsa de hielo entre las piernas.
Pero, en verdad, esto no es cosa de juego. “Ennoblecer” la muerte de Anderson, haciéndolo víctima de un plan cuyo objetivo real era el Presidente, es sencillamente taparear de manera definitiva el caso. Lo que, según todos los indicios conocidos, es una sórdida historia de chantajistas, que envuelve a Danilo y su entorno, incluyendo, presuntamente, a gente que todavía ejerce como fiscales del Ministerio Público, sería definitivamente transformada en una epopeya y Anderson —como aquel malandro con prontuario, Horst Wessel, a quien Hitler transformó en “héroe de la causa” después que murió en una trifulca callejera—, pasaría a ocupar un lugar en el panteón de los próceres “revolucionarios”.Ya pues, podrá colocarse el busto en la entrada de la Fiscalía, Isaías podrá firmar el decreto para la Orden Danilo Anderson y no habrá más remordimientos con la Orden del Libertador. Caso cerrado.