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Mal de siglo, por Fernando Mires



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Fernando Mires | @FernandoMiresOI | noviembre 25, 2018

@FernandoMiresOI


No creo que se hubieran puesto de acuerdo pero esos dos escritores y notables articulistas que son Javier Marías y Javier Cercas escribieron en la misma edición de El País Semanal sendos artículos sobre el mismo tema.

El tema es el estado desastroso que ofrece el escenario mundial con el aparecimiento de dictaduras y autoritarismos como los de Orban, Erdogan, Putin, Maduro, Ortega, Le Pen, Duterte, Al Sisi, Salvini, Pudigemont, Torra. A la lista, Cercas agregó los nombres de Trump y Bolsonaro. En suma, los dos javieres se encuentran muy desilusionados frente al giro antidemocrático que se observa en el último decenio. Tanto, que Marías -después de una conversación telefónica con Arturo Pérez-Reverte- dio a su texto el lúgubre título de Cuando conviene marcharse. Para no ser menos, Cercas en su artículo Lecciones no aprendidas de la historia, sugiere la tesis de que el ser humano está condenado a repetir los mismos errores de siempre.

Y lo peor de todo es que ambos parecen tener razón. Ellos, personas sensibles, sienten en su innegable desilusión, un Mal du Siècle, el mal del siglo XXl: el descenso de las democracias

Desilusionados significa que alguna vez estuvieron ilusionados. La verdad, después de la caída del Muro muchos lo estuvimos. La derrota final del comunismo al poner fin a la guerra fría parecía abrir un ciclo democrático y de entendimiento entre las diversas naciones. No faltaron quienes abrazaron al título -más no la teoría- del famoso libro de Francis Fukuyama: El fin de la Historia.

No sé si fueron razones comerciales las que llevaron a Fukuyama a titular su libro de un modo tan abstruso. En realidad debería haberse llamado “el fin de la concepción dialéctica-hegeliana-marxista de la historia”. Claro está, con ese título muy pocos lo habrían comprado. Pero nos habríamos ahorrado el trabajo de explicar que es lo que Fukuyama había querido decir.

Lo que Fukuyama quería decir es que lo que terminó no fue la historia narrativa sino una concepción ideológica según la cual la historia se movía en sentido progresivo de acuerdo a sus contradicciones principales. Con el fin del comunismo desaparecía la contradicción principal entre comunismo y capitalismo y, por lo mismo, emergía un campo de múltiples contradicciones sin que ninguna de ellas pudiera alcanzar el rango de principal. Y precisamente en ese campo estamos situados y, al parecer, muchos se sienten incómodos. Algunos, hasta desilusionados.

Es cierto, a veces extrañamos los tiempos en los que la historia parecía obedecer a una lógica, cuando todo estaba ordenado entre buenos y malos y era fácil tomar posiciones. Por ejemplo, durante el periodo del nazismo y del fin de las repúblicas fascistas, casi todo el mundo tendió a alinearse en torno a la lucha anti-fascista. Poco después de la segunda guerra el mundo fue dividido en dos bloques irreconciliables. Así nació el largo periodo de la guerra fría. Muy mal denominada, porque en algunas zonas fue muy caliente (pregunte usted a un vietnamita, laosiano, coreano, camboyano, húngaro, checo-eslovaco, polaco, o a los que sufrieron bajo las dictaduras de seguridad nacional del cono sur latinoamericano, si solo pasaron frío durante ese periodo).

Al interior de las naciones más desarrolladas, el orden social creó su complementario orden político en donde conservadores alternaban con socialdemócratas en representación de una clase obrera organizada. Las sociedades de los países industrializados eran sociedades de clases, pero de clases muy bien constituidas, tanto social como políticamente. Pues bien, todo ese orden comenzó a cambiar desde la caída del muro de Berlín.

Pero no fue la caída del muro sino su coincidencia con un fenómeno que ya se venía anunciando a pasos acelerados lo que originó el mal de siglo XXl. Nos referimos al periodo de tránsito que lleva de la sociedad industrial a la sociedad digital, consecuencia y causa a la vez de la globalización de los mercados y de las relaciones internacionales

Como todo proceso de cambio, la digitalización produjo alteraciones irreversibles en el orden social. Una de las más gravitantes fue la desaparición paulatina del llamado “proletariado industrial”, puntal de la economía social de mercado. En su lugar aparecieron nuevos segmentos laborales, algunos con alto grado de especialización, pero también tuvo lugar un descenso de las antiguas clases medias, así como el aparecimiento de una masa social formada por trabajadores independientes no afiliados ni a partidos ni a grandes organizaciones “clasistas”.

Más abajo, un ejército de desocupados, temporales la minoría, crónicos la mayoría (en algunos países europeos hay familias que después de dos generaciones continúan viviendo de la ayuda estatal). Y en los sótanos sociales, una mano de obra barata cuya oferta no logra ser regulada ni por el estado ni por los empresarios pero que ejerce un magnetismo irresistible hacia “los condenados de la tierra”, los ejércitos migratorios que en largas columnas avanzan hacia las metrópolis de Europa y de Norteamérica, llenando de pánico a algunos de sus habitantes.

Muchos vuelcan sus opciones políticas hacia los demagogos que ofrecen orden y muros, el regreso a la sociedad idílica (que nunca existió) donde todos tenían trabajo, un solo pasaporte y un solo sexo, donde no había drogas, ni prostitución y las calles eran limpias e inmaculadas

Estamos en fin asistiendo un proceso que lleva a la transformación de la sociedad de clases en sociedad de masas (sociedad, solo en sentido figurado) Proceso que es padre de la inseguridad e inseguridad que es madre de los neo-nacionalismos que asolan al mundo democrático.

Las profundas transformaciones mencionadas no tardarían en repercutir en una crisis de representación política en casi todas las naciones occidentales. El suceso más notable ha sido el colapso de las socialdemocracias tanto en Europa como en América Latina. En algunos países, el gran hueco que dejaron al irse ya ha sido llenado por rabiosos gobernantes neo-nacionalistas cuyo objetivo, después de acceder al poder por vías democráticas, no es otro sino destruir el orden democrático. La muerte de la democracia comienza con el acceso democrático de gobernantes encargados de asesinar a la democracia. Esa es la idea central del libro de Stefen Levinsky y Daniel Ziblatt, Cuando mueren las democracias (Ariel, Madrid 2018).

Los neo-nacionalismos, al imponer supuestos intereses locales por sobre los regionales, amenazan apagar el fuego con bencina

No solo fascinan a las masas con discursos demagógicos. Además alteran, si no las leyes, las normas de la convivencia ciudadana. Su lucha de clases no está dirigida hacia los de arriba, sino hacia los de abajo, los más débiles y desamparados, sobre todo los emigrantes. El lenguaje procaz de gente como Trump, Salvini, Bolsonaro, y otros, apunta justamente a la realización de esa obra destructiva. Pues ya lo sabemos: la destrucción de la palabra precede siempre a la destrucción de las cosas.

Las relaciones bilaterales proclamadas por Trump las venía por cierto practicando Putin antes de Trump. Está claro que gobiernos como el húngaro, el polaco, el austriaco y el italiano, y tal vez próximamente el francés, se sienten mejor platicando con la autocracia rusa que con los representantes de la Unión Europea. Hoy se aprestan a llegar a la UE mediante la vía electoral pero con el propósito de erosionar sus cimientos y volver así a la geometría de los antiguos bilaterismos internacionales. Antiguos, porque el bilaterismo fue el sistema de relaciones que primó en el pasado reciente.

El retorno de los esquemas bilaterales ha llevado a no pocos historiadores europeos a volver a analizar los hechos que dieron origen a la Primera Guerra Mundial. Pues los orígenes de esa horrible mega masacre (27 millones de muertos) hay que buscarlos en la predominancia de las relaciones bilaterales y por lo mismo, en la precariedad de las organizaciones regionales. Me explico: Si no hubiera sido por el tratado bilateral entre Serbia y Rusia, Rusia jamás habría ido a esa guerra; y si no hubiera sido por el tratado bilateral entre Alemania y Austria, Alemania tampoco habría ido a una guerra que solo podía perder.

Las pérdidas, es sabido, jugaron un papel determinante en el ascenso del nazismo y en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Así que ya lo sabemos: si logra imponerse la tesis del bilateralismo “trumpiano”, lo que pueda suceder ya está programado. De eso han tomado nota, entre otros, los príncipes sauditas: podemos asesinar a quien se nos venga en gana, siempre que esos asesinatos no afecten nuestras relaciones comerciales con los EEUU. Así más o menos lo dijo, entre líneas, Trump.

La historia no se repite, no hay duda. Pero es inevitable pensar que –como dijo un comentarista de la televisión francesa- el mundo avanza rápidamente hacia atrás.

 

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