Manifiesto humorista, por Laureano Márquez
Un fantasma recorre el país, el fantasma del humorismo, contra este fantasma se han coaligado en santa jauría todos los poderes del Estado, Asamblea Nacional, tribunales de justicia, los radicales «twitteros» y los policías del pensamiento.
¿Dónde hay hoy un humorista que no sea acusado de fascista, golpista y agente del imperio? De este hecho se desprenden dos consecuencias: Que el humorismo es ya reconocido como un poder por todos los poderes del Estado. Que ya ha llegado el momento de que los humoristas expongan públicamente y ante el país entero sus concepciones, objetivos y tendencias y salgan al paso de las fábulas en torno al fantasma del humorismo con un manifiesto propio.
¿Qué es esto del humorismo que hace que los gobernantes, hasta los más demócratas, pierdan eso que llaman la sindéresis? En primer lugar, como dijo Aquiles Nazoa: «el humor es una manera de pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando». El humor es pues, pensamiento de contrabando. Y está demostrado que las sociedades arbitrarias, autoritarias o abiertamente dictatoriales aborrecen el pensamiento, porque irremediablemente conduce a la autonomía de criterio y a la libertad.
El humor, además de ser expresión del pensamiento libre, tiene otra condición que le hace particularmente temible: es incontestable. Solo puede ser respondido con una agudeza superior a la recibida o con la agresión, la persecución o el silenciamiento. Este hecho lo hace particularmente odioso para el poderoso, que no puede entender que su omnímodo poder se vea cuestionado por la «insignificancia» de unos trazos acompañados, a veces, de muy pocas palabras o de la gracia de un comediante, una representación teatral o un escrito. Y tanto más le molestará cuanto más arbitrario, personalista y absoluto sea ese poder.
El humorismo se conecta con la tristeza del ser humano y expresa sus dolores. Decía Wenceslao Fernándes Flores que el humor es «la sonrisa de una desilusión».
Por ello el humor se enlaza con la gente, porque expresa sus angustias cotidianas, sus decepciones. Decía Gonzalo Torrente Ballester que «el humorismo es siempre una concepción desencantada del mundo vivida por un hombre que, a pesar de todo y contra toda razón, no pierde la esperanza…» y he aquí otro peligro del humor: da esperanza en momentos en los que, a quienes dominan, les conviene que la gente sea sumisa y acepte acríticamente como diría Chaplin que se le ordene «qué hacer, qué pensar y qué sentir».
El otro compromiso del humor es con la verdad, no porque el humorista sea dueño de ella, sino porque sabe que detrás de lo que dice hay grandes verdades. Eso no lo decide el humorista, que como diría Zapata es una suerte de víctima, él no se propuso ser lo que es, sino que es humorista a pesar suyo. Es la sociedad la que decide que detrás de lo que dice el humorista hay profundas verdades al identificarse con ellas y hacerlas suyas. Cuando esas verdades, por temor, no pueden ser dichas en el terreno de la seriedad, toman inevitablemente el camino del humor, que sabe sortear muy bien las barreras de la censura y los límites del miedo.
¿Qué sueña en el fondo el humor? ¿Qué hay detrás de sus manifestaciones? El sueño de un país y un mundo mejor, más humano y tolerante, donde pensar diferente no sea un crimen ni motivo de agresiones y persecuciones. El humorismo sueña con gente pensante e inteligente donde sea la razón y no las pasiones mezquinas la que nos mueva. La gran tragedia del humorista es que no puede guardar silencio frente a la arbitrariedad, frente al abuso en contra de los más débiles. El humorista no puede contenerse porque lo mueve el amor, que le impide aceptar la manipulación y el engaño de quien detenta el poder y contra eso se rebela. Se rebela pacíficamente, con el único recurso con el que cuenta: su ingenio irrefrenable, que mientras más acorralado es, curiosamente, en vez de rendirse, más agudo se vuelve.
Lo que hace en el fondo tan fuertes a los humoristas es que no tienen nada que perder sino las cadenas y un mundo entero por ganar.
¡Humoristas del mundo, uníos!