Manipulación del lenguaje, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
Las ideologías habitan en el lenguaje. Sólo allí pueden existir y ejercer su poder. Eso explica el gran empeño por fabricar relatos justificadores, inspirados y/o convertidos en mitos. De mitos pasan a transforman en verdades incuestionables. Las ideologías son posibles gracias a una constante corrupción del lenguaje.
Pero el lenguaje no es ideología. El lenguaje es racionalidad. Surge de la necesidad que los humanos tienen de entender y de entenderse, para sobrevivir y para convivir. Por ello, el lenguaje y la civilización nacen como pares inseparables.
En efecto, el lenguaje se basa en un sistema lógico para intentar establecer la relación directa entre los hechos de la realidad, por un lado, y nuestros pensamientos, por el otro. Cuando construimos una explicación intentamos satisfacer nuestra demanda de saber. La supervivencia humana ha dependido de esa dinámica. Y lo sigue haciendo.
La única manera que tenemos para comprobar el mayor o menor éxito de una explicación es cuando la contrastamos con la realidad. Se da por buena una explicación que resuelva problemas. Y esa eficacia no le resta ni estética ni elegancia, al contrario, la hace más comprensible a todos.
Las ideologías hacen todo lo contrario. Corroen el lenguaje para convertirlo en herramienta de dominación, y en consecuencia, de destrucción. Explica el por qué de los abundantes colapsos y la constante de la violencia en la intensa historia de la humanidad.
La novela del británico George Orwell, 1984, recrea muy bien la manipulación del lenguaje. Explica que a las ideologías totalitarias les basta con crear una estructura de cuatro ministerios esenciales.
El ministerio de la verdad, que se ocupa de la falsificar y mentir. El ministerio de la paz, encargado de hacer la guerra. El ministerio del amor, responsable de mantener el orden represivo. Y el ministerio de la abundancia, a cargo de la pobreza.
Con ello crea una ficción suficientemente poderosa como para manipular a sus gobernados. Su autor estuvo a punto de ser fusilado por el mismo ejército republicano con en el que combatía contra el fascismo representado por el ejército de Franco, en la España de 1937. Sufrió en carne propia el contraste entre la realidad y la ficción revolucionaria. La perfección perversa del lenguaje. El mismo que continúan usando los regímenes totalitarios del presente.
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Esa retórica totalitaria la han hecho suya los movimientos que se autocalifican de izquierda. Reproducen, casi al calco, los mismos sinsentidos y contradicciones discursivas orwelianas. Su propósito es contaminar el lenguaje. La misma secular manipulación que hace creer que una piel, una nación, una clase social, una religión, un género es superior a otro. El mito de la supremacía y la predestinación, de las inevitables utopías, de la vida encapsulada en un relato.
Pero no sólo la izquierda se ha contagiado de la retórica orweliana. Casi toda la clase política en el mundo también se ha contaminado. Es cada vez más inusual observar a un político decir cosas simples y directas, sin evasiones ni elucubraciones. Muchos políticos se han convertido en auténticos artistas de la evasión. “No desmayaremos”… “Continuamos en la lucha”… “Nos mantendremos firmes en nuestra convicción”… El manual de frases hechas hace parecer inagotable la mina de aburridas narrativas. Pero no es cierto. Los discursos vacíos se están agotando.
Dos tecnologías se han fundido para dar otro salto cuántico en la evolución histórica de la humanidad, la computación y las telecomunicaciones. El primer salto fue la invención del lenguaje. El segundo, su estandarización mediante la imprenta. El tercero la industrialización. El cuarto las telecomunicaciones. Y el último, la individualización del saber. Es decir, la explosión de las redes sociales. Cada salto es consecuencia del anterior.
Cunde el pánico por el impacto de las redes sociales. Imaginen, todo el mundo hablando con todo el mundo, casi al mismo tiempo ¿Cómo nos vamos a entender?
Los más aterrados son los regímenes totalitarios, pues su existencia depende del control de la información. Su primera reacción fue prohibirlos. Acusar a Internet de ser herramienta del demonio. La segunda reacción fue crear un sistema paralelo y fabricar realidades paralelas.
El totalitarismo aprende rápido cuando se trata de aferrarse al poder. Sabe que es imposible controlar la dinámica de las redes sociales. Las ficciones y mentiras clásicas son cada vez más difíciles de sostener. Tiene que reinventarlas. En consecuencia, ha pasado a la tercera fase de reacción: contaminar el lenguaje. Hacerlo aún más ineficiente. Inundarlo de bisutería, de idioteces. “Todos, todas, todes”… Mientras más confunda, mejor.
Ayudan las “retóricas vacías”. Otra forma de manipulación del lenguaje que invade a las universidades, a las academias, a la cultura en general. Alan Sokal la puso al desnudo con su broma pesada a los postmodernistas de “Social Text”. No queda prácticamente espacio social sin ocupar o que no haya sido atacado por la inútil oquedad de la retórica vacía. Con ella fabrican laberintos que hacen más difícil el acceso al conocimiento.
Ayuda en ello las retóricas destructivas. Adolf Hitler fue un maestro. Logró embaucar a toda una nación hacia el genocidio y el suicidio. Una sangría de 10 millones de alemanes y otros 30 millones de otras naciones. Después de Hitler, han surgido muchos retóricos destructivos más. Emergen como salvadores de la patria y legan sagas de muerte y sufrimiento. Es el caso exacto de la pobre Venezuela de Hugo Chávez y sus pandillas delictivas que se hacen llamar chavistas.
Asistimos a un nuevo ciclo retórico que algunos llaman de “infoxicación”. Los totalitarios tratan de intoxicar las redes sociales, como Putin envenenar a sus opositores. Inundar de falsedades, retóricas de odio, frivolidades e idolatría banal. El propósito es descalificar para debilitar el poder informativo.
Hasta ahora, han tenido éxito. De momento, la democracia está en retroceso y el totalitarismo en aumento. Pero la Revolución del Conocimiento apenas comienza. Y como con La Ilustración, barrerá el pasado mediocre del relato mítico, iluminará la oscuridad de las ideologías y acabará con la barbarie del totalitarismo.
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