Manos limpias al poder, por Américo Martín
Como recordarán –espero– muchos de mis lectores, el título de mi columna de hoy, fue el lema de la campaña de mi partido cuando me proclamó candidato presidencial en 1978. Debía enfrentar a Luis Herrera Campíns, Luis Piñerúa Ordaz, José Vicente Rangel, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Héctor Mujica. Para todos los gustos, pues. Con cuatro abanderados, la izquierda, nuestra derrota estaba cantada.
Herrera, preguntando en nombre de Copei ¿donde están los reales? Y Piñerúa, con su célebre pitico, rescatado años después por Chávez para una causa deplorable, polarizaron el electorado, iniciándose así un nuevo ejercicio presidencial copeyano.
No obstante, los de la izquierda de entonces, adversarios jurados –y con frecuencia gratuitos– de AD y Copei, desterramos el gárrulo lenguaje del odio, la venganza y las amenazas destempladas y abordamos nuestra modesta campaña en la forma más civilizada y digna posible, pero también sin miedo y sin ocultar las fallas ostensibles del adversario. Habíamos sido educados por las generosas lecciones de la unidad nacional y por los compromisos de decencia firmados al pie del Pacto de Puntofijo.
De ahí nació la consigna Manos limpias al Poder, que si bien sugería que no lo fueron las que ejercieron el poder anterior, se mantuvo dentro de los límites de respeto al contrario.
Reeditar aquel slogan tan exitoso y bien recibido por los venezolanos de todas las tendencias, tiene un alcance y densidad mayores en la actualidad. Alude, claro está, al miasma de los delitos contra los caudales públicos, que se multiplican con más intensidad que la pandemia que nos agobia. Se refiere, además, a la represión política, a las legiones de presos de conciencia, a los crímenes –incluso– que dejan a su paso los cuerpos de seguridad. Y a la ineptitud crasa en el ejercicio del poder por mandatarios inescrupulosos que destruyen las riquezas del país y no entienden las reglas más elementales para conservar relaciones apropiadas con el mundo.
La respuesta del oficialismo a las sanciones de la Unión Europea, de tan insólita torpeza, han llevado al límite las relaciones diplomáticas y comerciales con esa parte tan decisiva del mundo. Adicionalmente, la república eslovaca se unió a los países que reconocen a Juan Guaidó como presidente interino. Son desplantes reveladores de que Miraflores no sabe en qué mundo está parado, lo cual significa un riesgo muy serio para todos los venezolanos.
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Por ejemplo, la justicia británica terminó por decidir que es Juan Guaidó quien tiene el poder y la legitimidad de acceder al oro venezolano que guarda en sus bóvedas el Banco de Inglaterra. Obviamente, los desplantes contra la UE contribuirían a favorecer semejante decisión.
En resumen, Manos Limpias significa un cambio democrático y pacífico de gobierno para el restablecimiento del estado de derecho, la libertad y la prosperidad de nuestra maltratada Patria.
Este deterioro generalizado pone en cuestión el presente y el futuro del socialismo del siglo XXI. Es posible que sus mejores consejeros le hayan enfatizado la necesidad de insistir en elecciones libres para aprovechar el amplio rechazo en muchos sectores de la oposición a la participación en los comicios parlamentarios, lo cual configuraría un esquema que juzgan el mejor posible para Nicolás Maduro: apoderarse de la bandera electoral que miran con desdén tantos opositores democráticos y por lo tanto partidarios, por naturaleza, del cambio pacífico electoral.
Graciosa paradoja: el gobierno de la violencia esgrimiendo la vía pacífico-electoral y la oposición democrática empujada contra natura a rechazarla. ¿Cómo pudo suceder? Por declarar la abstención en nombre de un fraude que, aunque pudiera estar en varias cabezas del régimen, no se ha consumado aún. Abstenerse sería una forma de regalar la Asamblea Nacional, el más importante y mundialmente reconocido de los poderes públicos.
Afortunadamente el diputado Omar Barboza, de Un Nuevo Tiempo y del G4, ha puesto de pie lo que estaba de cabeza. Ha dicho que la oposición quiere participar, desea y lucha por hacerlo pero, en sintonía con el mundo democrático, exige condiciones de transparencia, lo cual configura un planteamiento completamente diferente, pues, la alternativa democrática presionará al oficialismo para que realice elecciones creíbles y universalmente observadas. Es un paso adelante, sin duda. Le corresponderá a Maduro decidir qué entiende por elecciones libres y afrontar las consecuencias.
Entendamos que hay nuevos factores en el oficialismo y sus vecindades que le temen a las consecuencias de la tozudez antidemocrática en un ambiente que se deteriora a ojos visto.
No puedo asegurar que haya elecciones pero, con la simpatía mundial es el mejor momento para avanzar en esa dirección. Por eso, la alternativa democrática desea gobernar con manos limpias, con democracia para todos –incluso– para muchos de los que la han hundido.