María Teresa Castillo, por Simón Boccanegra
Hay gente de la que, aunque uno no sea de su trato estrecho, uno se siente deudo cuando fallecen. María Teresa Castillo es de esa índole. Fue una mujer excepcional. Hasta en la edad que escogió para dejarnos fue excepcional.
No son muchos los seres humanos que alcanzan a vivir 103 años. María Teresa los vivió y lo hizo con intensidad, con amor, con compromiso político, con la cultura como eje alrededor del cual giró toda su existencia. Las huellas de sus pasos han quedado en muchos ámbitos de la historia patria. Militante activa del antigomecismo, fue la primera mujer venezolana en ir a parar a la cárcel por razones políticas.
Contribuyó a la creación de las primeras organizaciones políticas postgomecistas. Feminista, cuando aún el concepto era casi desconocido, sobre todo en aquella Venezuela a la cual el dictador había cerrado a cal y canto, dio un impulso enorme a la lucha por la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres y por la participación de la mujer en pie de igualdad con los hombres en la vida pública. Lo hizo, además, en la práctica. En su práctica. Pero la obra de su vida, aunque nunca se separó completamente de la política progresista, la hizo en el campo de la cultura.
Fue la promotora cultural por excelencia. El Ateneo de Caracas, uno de los ejes, y no el menos importante, de la actividad cultural nacional, debe a ella (y a Carmencita Ramia, justo es decirlo) el alcance no sólo nacional sino internacional de su fecundo quehacer. Toda bondad, la suya era, sin embargo, una bondad enérgica.
Difundía cariño, pero cuando era necesario sabía también arrugar la cara y enderezar entuertos. Vaya para sus hijos, Miguel Henrique, Mariana y Carmencita que también lo fue esta nota volandera de amistad y condolencia.
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