Marian Anderson y Santos Yorme, por Gioconda Cunto de San Blas
Twitter: @davinci1412
A 65 años del 23 de enero de 1958, en recuerdo de quienes dedicaron sus vidas a dejarnos un legado de libertad y democracia que estamos obligados a rescatar.
Tendría yo unos 13 años cuando mi papá trajo a casa un disco de vinilo de donde surgía una música extraña, diferente a la que escuchábamos en la modesta discoteca hogareña, compuesta en buena parte de ópera y música criolla para satisfacer, supongo, la mezcla de culturas italiana y venezolana que mi hermano y yo heredamos de nuestros padres.
Ese nuevo aporte a la colección casera no calzaba en tales categorías. De él surgía una voz cálida y profunda, nacida del dolor opresivo de un pueblo marginado y abusado. Era la voz de la exquisita contralto Marian Anderson (1897-1993) quien desde los años 30 del siglo XX y hasta 1964, cuando se retiró de los escenarios, había captado el favoritismo de audiencias en Europa y América, sin reparar en la segregación imperante. Marian no solo cantaba los grandes lieder de la música universal sino, sobre todo, los spirituals entonados por los esclavos norteamericanos para expresar sus penurias y sus deseos de libertad en frases de aparente inocencia.
En una de esas trovas, «Go down, Moses», dedicada ostensiblemente al pueblo de Israel cautivo en Egipto (Éxodo, 1-10), Dios ordena a Moisés «…pedir al faraón de Egipto / liberar a mi pueblo, Israel /… [que] está en tierra egipcia…». El significado oculto de esos versos no era otro que una exaltación de Harriet Tubman, esclava fugitiva que desde Filadelfia adonde había escapado en 1850, se ocupó por años de ayudar a unos 700 esclavos de Maryland a cumplir su sueño libertario, a riesgo de su propia vida. Su nom de guerre era «Moisés».
Mi contacto con Marian Anderson y su voz maravillosa ocurrió en los años finales de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, a quien creímos el último dictador de esta tierra y de cuya caída celebraremos 65 años el próximo 23 de enero. Aunque alejados de actividad política, en mi familia y en tantas otras se comentaban sotto voce noticias no publicadas en los medios de comunicación de la época, sometidos a fuerte censura. Se hablaba de un movimiento de resistencia al régimen, dirigido por las principales figuras políticas de los partidos en la clandestinidad, unidos sin mezquindad en el esfuerzo por dar al traste con la dictadura, mientras entregaban sus vidas o las ponían en riesgo a golpe de prisiones y tortura, para darnos la libertad que exigían los tiempos.
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Al igual que Harriet / «Moisés», nuestros luchadores libertarios llevaban nombres clave. Bajo esa cobertura subterránea seguimos las andanzas de Pompeyo Márquez («Santos Yorme»), del sindicalista Eloy Torres («Carlos Oraá») y del líder estudiantil Héctor Rodríguez Bauza («Hugo»), los tres del Partido Comunista de Venezuela (PCV); nos enteramos de los asesinatos de Leonardo Ruiz Pineda («Alfredo») y Antonio Pinto Salinas («Luzardo»), sucesivos secretarios generales de Acción Democrática (AD), a manos de la Seguridad Nacional, mientras Alberto Carnevali («Alí»), también secretario general de AD en la clandestinidad, moría en la cárcel; supimos de las actividades de Fabricio Ojeda («Roberto»), de Unión Republicana Democrática (URD); entre muchos otros. No faltaron mujeres en lucha encubierta: la poeta Lucila Velásquez («Estrella»), la abogada Isabel Carmona («Lidia») actual presidenta de Acción Democrática (la original), son solo un par de las muchas que soterradamente se incorporaron a la lucha.
Recién estrenada en 1958, no entendimos que la democracia para mantenerse necesita ser defendida y ganada día a día, sin tregua. A lo largo de 40 años posteriores a 1958, intereses aviesos socavaron poco a poco las bases siempre frágiles del país democrático, para llegar en 1999 al régimen que en 24 años ha destruido la institucionalidad que tanto costó tejer.
Siguiendo los versos en el cantar de Marian Anderson, gran defensora de derechos civiles además de eximia cantante, ahora también clamamos por el regreso de Israel a su tierra, por esos 7 millones y medio de venezolanos, forzados al exilio en búsqueda de un futuro mejor para sí y los suyos.
Estamos obligados a rescatar el legado de quienes en su momento lucharon hermanados por la democracia y la libertad que nunca debimos dejar ir. Santos Yorme, Carlos Oraá, Hugo, Alfredo, Luzardo, Alí, Roberto, Estrella, Lidia y muchos más así nos lo reclaman. Se lo debemos también a los cientos de asesinados y presos políticos de este tiempo sombrío, así como a la sociedad civil de nuevo movilizada en reclamo por sus derechos. El próximo 23 de enero es una nueva oportunidad para saldar esa deuda. Manos a la obra.
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*Gracias a Alfredo Padilla y Rafael Simón Jiménez por sus aportes a esta nota.
Gioconda Cunto de San Blas es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Investigadora Titular Emérita del IVIC.
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