¡Mario Silva, guardián de la moral!, por Simón Boccanegra
Este minicronista debe confesar que no es particularmente aficionado a las telenovelas. Ni siquiera a aquello que una vez se dio en llamar «telenovela cultural», aunque alguna que otra cosa, sobre todo de Cabrujas, se podía ver, en especial la muy famosa «Señora de Cárdenas». Pero, en general, repito, no soy aficionado al género, con el debido respeto a varios amigos míos que llevan los tres golpes a su casa telenoveleando. Por cierto, mis objeciones no son de carácter moral. Sencillamente, no me gustan las telenovelas, como, por ejemplo, no me gusta el cine de terror. Punto. Es una cuestión de gustos. Pero, en estos días oí con verdadero estupor que la estrella de «La Hojilla», en otros tiempos esquirol y espía antiobrero en una empresa periodística, condenaba unas telenovelas y pedía su retiro del aire ¡en nombre de la moral! ¡Asombroso! Es la revolución amorista en su quintaesencia. Este sujeto, que se ha cansado de insultar en los tonos y con las palabras más soeces hasta a Lina Ron, para no hablar de la gente de la oposición, este tercio que avergonzaría a la madama de un prostíbulo, ¡transformado en guardián de la moral! Como saben mis lectores, nunca me ocupo de ese individuo, porque siento que rebaja pararle bola, pero cuando me contaron lo de sus escrúpulos morales estuve riéndome un largo rato. Lo comento, pues, no por él mismo, que como persona no vale nada, sino por lo que revela de la «revolución»; de su doble lenguaje, de su cuádruple moral, de su absoluta falta de ética, de su irrespeto permanente a todo lo que es decente y limpio, de su boca sucia y hedionda. Mario Silva es un emblema de este proceso. Nadie, ni Chacumbele, lo representa mejor y más cabalmente.