Maromeros, por Simón Boccanegra
En la fauna de la espesa selva burocrática chavista medra un personaje, cuyo apellido denomina la parte superior del cuerpo humano, quien se las ha arreglado para sobrevivir hasta al veto de Hugo Chávez, quien lo rechazó por corrupto como candidato a la reelección, en la Gobernación del estado Trujillo. Ni siquiera en vida del comandante, pudo ser execrado el tercio. Ahora, como es de suponer, menos aún. En su ya inocultable empeño en marcar distancia con su antiguo jefe, Nicolás Maduro ha colocado al mentado sujeto nada menos que al frente del Despacho de la Secretaría de la Presidencia de la República. El cadáver del «comandante eterno» debe haberse revuelto en su tumba. No sólo su vetado tiene ahora vara alta sino que lo han metido en la mera oficina desde donde despachaba el finado presidente y desde la cual, seguramente emitió su diktat contra aquel caballero de industria. Una característica del presente régimen, en su versión original y en la actual, es la del continuo reciclaje de personal administrativo. Parece que no hay gente capaz para tanta burocracia, porque generalmente, con las excepciones del caso, los designados en el gobierno suelen ser muy ineptos. La administración pública, en particular en sus niveles más elevados, es un tiovivo, un carrusel, que vuelta y vuelta, nos va haciendo pasar una incesante repetición de las mismas caras. Hoy cualquier fulano es ministro y mañana pasa a ser viceministro cuando no cae en otro escalón, bajo o alto, de la burocracia oficialista.
Pero una vez que un compañero de partido logra el enganche en la maquinaria administrativa, vulgo burocracia, de ahí no sale más nunca. Puede rotar y rotar su incompetencia por todas partes, pero siempre en la pomada. A quien nos referimos es un personaje icónico de estos maromeros burocráticos.