«Marta Colomina» con Shapiro, por Simón Boccanegra
La verdad es que no es para romper relaciones, pero el incidente de la embajada americana, con el sketch cómico, no puede pasar liso. Resulta no sólo de mal gusto sino políticamente imprudente e inaceptable que en la residencia de una embajada se produzca un acto de contenido opositor al gobierno ante el cual ese embajador está acreditado. Uno también podría preguntarse, como lo hizo Rangel, qué habrían dicho los gringos si en la residencia de nuestra embajada en Washington, en un acto público, con invitados norteamericanos, se hubiera montado una payasería contra Bush. La explicación de que la embajada no censura previamente a sus invitados no es convincente. Del actor invitado se sabía perfectamente qué se podía esperar. Desgraciadamente, aquí todo está atrapado por la polarización. Rangel se irrita con la intromisión de Shapiro pero tolera y hasta aplaude las del embajador cubano. Algunos declarantes de la oposición critican a Sánchez Otero por metiche pero restan importancia y hasta disfrutan cuando el metiche es el embajador yanqui. Por eso estamos tan jodidos. No hay manera de que haya una expresión unívoca de la conciencia nacional.