Más que mitos, leyendas, por Carlos M. Montenegro
Un Mito es un relato que tradicionalmente cuenta acontecimientos prodigiosos realizados por seres tales como dioses, semidioses, héroes fantásticos o monstruos, procurando dar una explicación a un determinado hecho o fenómeno. Los mitos son creencias de una cultura o de una comunidad, que las considera como historias verdaderas. El conjunto de mitos de una cultura, un pueblo o una religión es la Mitología.
Leyenda en cambio es una narración que se transmite de generación en generación de forma oral o escrita. Habitualmente, el relato se sitúa de forma imprecisa entre el mito y el suceso verídico, lo que suele conferirle una buena dosis de singularidad, lo que en estos tiempos es una pretensión habitual, hoy nadie quiere ser del “montón”, todos queremos ser virales y llegar a ser algo que si no es legendario al menos se le parezca.
Hay infinidad de personas en todas las disciplinas que por diferentes motivos pasaron o pasarán a la historia por méritos propios, aunque tal vez no serán rememorados por el gran público. Son muchos menos los que teniendo méritos, entran a engrosar en una categoría superior; esos personajes que uno no sabe muy bien por qué están ahí, pero que todos identificamos como legendarios o simplemente admiramos. Ocurre con frecuencia que no todo sea real en las “leyendas”, habiendo sido establecidas sin demasiado rigor.
Es el caso de un personaje como Jesucristo, que dos milenios después de su presunto nacimiento nadie cuestiona, exceptuando a sesudos filósofos y teólogos que tratando de descifrar lo que en general ya no es relevante, llevan siglos viviendo de eso. Si alguien es el paradigma de lo legendario no hay duda que es Jesús de Nazaret; a través de sus discípulos inspiró la creación de una nueva religión separándose de su religión natural, la judía, por lo cual a los 33 años los suyos lo crucificaron acusándolo de subversivo.
Cristo es la leyenda por antonomasia. Múltiples escritos dan fe sin pruebas fehacientes de su paso por nuestra tierra y su importancia es tal que hasta los devotos del Islam lo denominan “Isá”. Lo consideran uno de los mensajeros de Alá, como mesías enviado para guiar al Pueblo de Israel con una nueva escritura: el evangelio. Según el Islam, se debe creer en Jesús como parte de la fe musulmana, pero nunca venerarle como a Dios encarnado en humano. No debe ser casual que en el Corán, el libro sagrado del Islam, se mencione a Jesús por su nombre con más frecuencia que al propio Mahoma.
Se me ocurren otros casos no menos legendarios con causas que, sin ser primordiales, lograron hacer traspasar ese umbral tan sutil que convierte a algunos personajes históricos en leyenda.
Pecando tal vez de ligereza se me ocurre que entre tantas formas para ser leyenda hay una condición recurrente, y es que a todo el que pasa tan trascendente umbral, el hecho de morir joven ayuda, condición reforzada por añadidura si la muerte acontece en circunstancias violentas o trágicas. Como ocurrió en el siglo XV con Juana de Arco, la intrépida doncella de Orleans nacida en Domrémy, Francia, un pueblo con sonido de pentagrama.
Sus hazañas fueron magníficas pero pasó a la leyenda porque los borgoñones, enemigos de Carlos VII, la atraparon en pleno asedio de Compiègne en 1429, y acusándola de brujería la quemaron en la hoguera. Es probable que hubiera sido una pieza más en la narración de la guerra de los Cien Años, ninguneada hasta por el ingrato delfín Carlos que fue coronado gracias a ella y que hasta dudaba de su cordura. Pero el detalle de la hoguera la convirtió en inmortal.
Más cercano es el caso de Federico García Lorca, el poeta español por excelencia de la generación del 27, que si no hubiera sido asesinado tan vilmente a los 38 años en las cercanías de Granada, probablemente hubiera quedado como uno más entre los grandes poetas y dramaturgos españoles, de la talla de Vicente Aleixandre, Valle Inclán, Buero Vallejo, o Alberti quienes lograron morir en la cama, siendo verdaderas glorias de las letras españolas, pero sin alcanzar el hogar de los dioses.
Algo similar ocurrió con el poeta de la generación del 27, Miguel Hernández, a quien el mismo Lorca subestimaba, pero no hay duda que cuando el autor de El rayo que o cesa y Nanas de la cebolla murió tuberculoso con 31 años en la cárcel de Alicante, tras pasear su dolencia por los más duros penales españoles, ascendió también al Olimpo. Sin embargo, grandes plumas como D. Antonio Machado, Juan R. Jiménez o Buero Vallejo nunca llegaron a esa categoría privilegiada a pesar de ser maestros de maestros como demuestra su ingente obra.
Otro tanto pasó en el bando contrario con José Antonio Primo de Ribera (1903-1936) abogado y político español, primogénito del dictador Miguel Primo de Rivera y fundador de Falange Española, de ideología fascista y nacionalsindicalista, partido adscrito al régimen franquista. Acusado de conspiración y rebelión militar contra el Gobierno de la II República, fue condenado a muerte y ejecutado en Alicante por las hordas izquierdistas republicanas durante los primeros meses de la guerra civil española Tenía 33 años.
Su imagen idealizada fue honrada durante la contienda por el régimen franquista, que lo convirtió en icono y mártir al servicio de la propaganda del instaurado Movimiento Nacional. Tras su muerte se le mencionaba con el alias de “El Ausente”. Terminada la guerra, su nombre encabezó todas las listas de fallecidos del bando rebelde, y su foto con la inscripción “José Antonio ¡Presente!” estaba colgada en todas las instituciones oficiales, colegios, universidades y en muchas iglesias y lugares públicos al lado de la de Francisco Franco con la correspondiente: “Caudillo de España por la gracia de Dios”. A pesar de los vaivenes políticos sigue siendo un personaje legendario.
Hay otras áreas de las artes en que la historia se repite: Manuel Rodríguez “Manolete” (foto de entrada). Cuando, un 29 de Agosto, temporada de 1949 en la plaza andaluza de Linares, el célebre matador de toros a los 30 años caía herido de muerte cuando entraba a matar, la suerte que mejor realizaba, a un toro Miura de casi 500 kilos llamado Islero.
Fue con su último toro de aquel día y el último acto de su vida. Al parecer pensaba retirarse pronto y casarse con su novia Lupe Sino, pero la tragedia lo madrugó y el toro mató al matador.
De no haber sucedido sería una gloria del toreo junto a maestros de la talla de Belmonte, El Gallo, Domingo Ortega, Antonio Ordóñez, Arruza o el venezolano Antonio Bienvenida, pero probablemente no sería legendario.
Otro caso es el de Carlos Gardel. (1890-1935). Tras su muerte en cuando el avión despegaba en Medellín, dejó mudo al mundo; tenía 45 años y se encontraba en el cénit de su carrera. El orbe entero lo lloró, pero no hay duda que al perder la vida de aquella manera su figura se hizo inmortal. En Argentina, su tierra de adopción, el pueblo al recordar al “Morocho del Abasto” o al “Zorzal Criollo”, como les gusta llamarlo, lo hacen en presente como si no hubiera muerto y aseguran: “¿quién, Carlitos? ¡Ché, está cantando mejor que nunca!”.
Los ejemplos siguen fluyendo, como el caso de Rodolfo Valentino, el primer sex-symbol latino del cine mundial y el latin lover por excelencia. Su repentina y absurda muerte motivó hasta suicidios de sus fanáticas admiradoras. Había comenzado bailando tango en el vodevil y terminó en Hollywood, siendo la mayor estrella masculina del cine mudo.
Los críticos de cine aseguran que sus días estaban contados como actor, ya que al llegar el sonido ni su expresión corporal ni su voz tendrían cabida en la nueva época del séptimo arte, como ocurrió con muchas figuras consagradas. Murió en 1926 con 31 años tras operarle de una ulcera perforada.
Marilyn Monroe es otro caso indiscutible de leyenda que adquirió ese rango cuando su ama de llaves el 5 de Agosto de 1962 la halló muerta en su cama, sola, con un frasco vacío de barbitúricos y el teléfono en la mano tal vez para pedir ayuda cuando era demasiado tarde. Acababa de cumplir 36 años. Muy pocos la consideraban una buena actriz, pero en vida fue la mujer más famosa y deseada de su tiempo; debutó como modelo en la portada del primer número de Play Boy posando desnuda causando sensación instantánea. Pero su carrera estuvo llena de altibajos. Después de su muerte, fue votada en 1997 como la octava estrella de cine (de ambos sexos) de todos los tiempos, y en 1999 People Magazine la consideró la más sexy del siglo XX. Su recuerdo sigue vivo. No obtuvo ni una nominación al Oscar. Pero su leyenda será eterna.
En ese Olimpo se encuentran innumerables deidades, auténticas leyendas. Baste solo con mencionar algunas como: Elvis Presley, rey del rock&roll, Janis Joplin, reina del blues, Michael Jackson, rey del pop, e incluso la princesa Diana, que pudo haber sido reina de Inglaterra.
O el fenomenal James Dean que había protagonizado tres fantásticas películas en apenas 2 años: “Al Este del Edén” (1955), nominado al Oscar, “Rebelde sin Causa” (1955) y “Gigante” (estreno póstumo en 1956), nominado al Oscar. Cuando el 30 de Septiembre de 1955 con 24 años se estrelló con su Porsche. En apenas 4 años de carrera llegó hasta lo más alto del firmamento.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo