Masacre en la frontera, por Teodoro Petkoff
El «vicepresidente» ya nos aclaró lo de la masacre del Táchira. Los muertos eran paramilitares, quienes, para colmo, planeaban la tentativa número 1.043 de matar a la Reencarnación de Simón Bolívar. La conclusión es obvia para el esclarecido funcionario: bien muertos están y, afortunadamente, muy a tiempo, antes de que el gobernador Pérez Vivas hubiera alcanzado a utilizarlos para sus nefastos planes contra la patria.
Implícita está la otra y muy grave conclusión: quienes los asesinaron («elenos», según la vox populi tachirense), representaron los intereses de la nación, en admirable labor de profilaxia social.
Caso resuelto, pues. Pero el «vice» se hizo el loco ante un «detallito»: en los homicidios, por lo general, la incógnita a despejar atañe a los autores del crimen.
¿Quién los mató? Pero esto, para el «vice», es desdeñable. ¿Qué importa quién los mató? Eran paramilitares, de modo que la identidad de sus asesinos no es problema del gobierno.
¿El «vice» habría sido tan displicente si hubieran sido guerrilleros los muertos? Además, el coronel «vice» lanzó una advertencia en el acostumbrado tono épico del régimen: «Nos preparamos para defender nuestra soberanía».
Pero, nadie se engañe, se trata de una defensa selectiva. No es contra todos los grupos armados establecidos en el Táchira.
Es sólo contra los paracos. El ELN, las FARC y los «boliches», ese grupo «endógeno» dedicado a cobrar vacuna, que utiliza las siglas FBL, no tienen nada de qué preocuparse. El gobierno no los tiene en su radar, lo cual garantiza su seguridad. Su presencia en el territorio nacional no es secreta.
Todo el mundo, en el Táchira, sabe dónde están ubicados los campamentos de los grupos armados colombianos. El gobierno ni siquiera necesitaría un trabajo de inteligencia para encontrarlos. Cualquiera le dice dónde buscar, incluso los militares, quienes también saben dónde tienen sus campamentos en nuestro territorio los irregulares del vecino país. No es que sea un asunto fácil de resolver, porque no es a sombrerazos como se les puede echar, pero la pasividad ante el fenómeno ya se parece demasiado a la complicidad.
Hace algunos años, cuando fue asesinado en Guasdualito un dirigente del PPT, sus compañeros de todo el país se hicieron presentes en los funerales. Después, Aristóbulo Istúriz (todavía era del PPT) conversó con el general comandante del Teatro de Operaciones de la zona y le preguntó por qué no los había acompañado en el sepelio. El general explicó que el fallecido era quien manejaba el contrabando de gasolina hacia Colombia.
Por eso seguramente lo mataron los rivales. «Como usted comprenderá, yo no podía estar en el entierro de ese señor». El PPT no volvió a hablar del tema. Pero, la moraleja es otra. Los militares sabían de las andanzas del asesinado. Nunca hicieron nada, y tampoco hicieron nada contra los homicidas. ¿Defensa de la soberanía, coronel Carrizales? No nos haga reír.