Mayorías/minorías, por Alejando Oropeza
Twitter: @oropezag
Para que una voluntad sea general no siempre es necesario que sea unánime, pero es necesario que todas las voces sean tenidas en cuenta; toda exclusión formal rompe la generalidad.
Jean Jacques Rousseau, El contrato social, 1762.
No pocos han visto en la idea de “voluntad general” expuesta por Rousseau en El contrato social, el fundamento de las tropelías de autoritarismos; la justificación/explicación de dictaduras y barbaridades asentadas sobre ese concepto. Hannah Arendt, por ejemplo, es clara en su cuestionamiento al ginebrino; y la emergencia del “Terror” que arrasó Francia en plena Revolución, se ha explicado como resultado de esa “voluntad general” que puede asolarlo todo, en nombre de valores y principios circunstanciales, donde el halago y la arenga a la violencia de las masas están a la orden del día. Una dicotomía sobre la que se ha invertido mucho pensamiento, tinta y debates: voluntad general – mayoría y la legitimidad de sus consecuencias, al lado de la justificación y contenido moral de tales acciones; todo ello en el marco de sus relaciones, correspondencias, posibilidades y resultados.
Los denominados autoritarismos competitivos echan mano a la idea, la enarbolan como justificación de las acciones que validan una pretendida universalidad que, y he ahí una de sus consecuencias operativas más peligrosas, se lleva por delante con cualesquiera medios a las minorías que no comparten el universo que la generalidad se atribuye. La mayoría legitima el ejercicio del poder, que considera como omnímodo, y que tiene la atribución, sustentada por aquella voluntad, de intervenir en todos los componentes de la vida pública y que, en regímenes totalitarios, extiende sus tentáculos a la esfera privada de los individuos, diluyéndolos en el populacho que clama y aplaude al hombre fuerte. Otros componentes acompañan la estrategia: la propaganda, la creación de un enemigo interno; de otro u otros externos; el miedo y el terror; el asesinato; el terrorismo de Estado y el establecimiento de una estructura oficial paralela; y un largo etcétera que, en muy buena medida, hemos padecido y experimentado es nuestra Tierra de Gracia.
El problema surge, para la estrategia política basada en esa voluntad general, cuando la mayoría que constituye, compone y valida aquella voluntad comienza a erosionarse; y cuando ya la garantía del apoyo en procesos (electorales, por ejemplo) que expresa esa mayoría y, legitima el ejercicio del poder sobre la base de una voluntad general, se pierde. Las minorías previas comienzan a crecer, a alimentarse de las deserciones de la mayoría y, esa minoría se convierte en mayoría. Pero, he ahí una paradoja, sigue siendo considerada como minoría por el poder dominante. Se abandona entonces o, se modifican a favor arbitrariamente los términos de la competitividad electoral, el árbitro se parcializa vergonzosamente, los triunfos de la nueva mayoría se desconocen o bien se diluyen, a través de la creación de órganos paralelos del Estado que despojan al pueblo de su ejercicio soberado ciudadano. Y para complemento de la receta, la persecución a los representantes de la minoría – mayoría, son hostigados, encarcelados, exiliados, etc.
En esta realidad, se rompe (o termina de romper) el mecanismo de legitimación del poder y el régimen se avoca a dos labores: la primera, ocupar violentamente la “esfera pública” que es donde ocurre la acción política y la acción comunicativa, allí se acuerdan la renovación de los acuerdos sociales que hacen evolucionar al sistema político. Esfera que es el espacio de “aparición” de los nuevos liderazgos, y en la que se reconocen los contrarios a través de la pluralidad. Así, el régimen expulsa de esa esfera/espacio a los ciudadanos y un gran silencio cae sobre la sociedad.
En segundo lugar, el régimen, profundiza abismalmente la polarización política-ideológica con los factores de intermediación de la nueva mayoría (a la que sigue tratando como minoría), agregando el peligroso componente de la polarización social, basada en un ejercicio ideológico maniqueísta. A esta polarización, digamos primaria, se agrega una segunda, que es la subpolarización política de los factores de la oposición democrática. Se fractura, entonces, el polo contrario y se debilitan las acciones políticas y comunicativas de él, y se estimula la desconfianza y la indiferencia hacia propuestas de acuerdos y consensos para renovar los acuerdos.
Qué tenemos al momento, un régimen opresor que ha perdido el apoyo de la mayoría de la ciudadanía y que acciona en función de desconocer tal realidad; que reacciona profundizando la polarización ideológica y social independientemente del acompañamiento real de la sociedad; adicionalmente, que estimula la subpolarización, para torpedear los acuerdos que deben sucederse en la esfera pública que podría comenzar a reocuparse.
Pero, ¿qué deberían hacer los factores de la nueva mayoría?: organizar el retorno al espacio público; estimular la potencialidad de ejercicio ciudadano; reconocer y estimular la emergencia de liderazgos de base y capacitarlos; confrontar al régimen en el campo político de la calle; retejer eficientemente el tejido social desarticulado; reconocer los aliados de la sociedad civil organizada que han batallado y resistido en la arena política; motivar y extender una narrativa política sustentada en valores y principios con arreglo al futuro; y, finalmente, diseñar acciones políticas y comunicacionales para generar confianza en la ciudadanía hacia los mecanismos de representación social y política y, hacia los procesos de intermediación que necesariamente deben acompañar la estrategia. Todo ello para hacer viable una transición política hacia la democracia y la libertad.
¿Cuál es nuestra realidad? Una polarización del régimen tirano y los factores de oposición, sustentada en un discurso descalificador, persecución y penalización del ejercicio político; y, una gran subpolarización (en las líneas de la propia oposición) estimulada por el régimen y que la propia oposición desatinadamente asume como estrategia, que implica desunión y descoordinación de estrategias, atomización de intenciones, ruptura de las relaciones entre los actores políticos, los liderazgos ciudadanos de base y las organizaciones sociales. Se mantiene así una concepción de minoría, integrada por la mayoría de la población.
Esta incoherente realidad significa que la mayoría que rechaza al régimen, que está consciente de sus niveles de corrupción, incapacidad e ineficiencia, que adversa sus políticas y su violencia; no tiene oportunidades ciertas de convertirse en mayoría electoral para manifestarse y resolver la situación vía voto. Esa mayoría que el régimen juega a mantener como minoría, no es capitalizada por los factores opositores, porque ellos mismos están subpolarizados y confrontados, lo que impide el acuerdo, la coordinación y el concurso para reocupar en espacio público y “hacer política”.
El drama: una mayoría, tratada como minoría por el régimen opresor; que no es capitalizada como mayoría electoral por la oposición democrática para confrontar al dictador.
[Alejandro Oropeza G. es Doctor en Ciencia Política. Escritor. CEO del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES / USA. Dtor. Ejecutivo de la ONG Venamérica/ Miami. Dtor. General del Observatorio Hannah Arendt / Caracas
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