Mea culpa, mea máxima culpa, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Venezuela, más que de acusaciones personales, está urgida de un mea culpa colectivo”.
Mario Briceño-Yragorri, La traición de los mejores (1953)
Con pesar leo la noticia: a las lejanas playas de Madeira arriban más y más oleadas de venezolanos desesperados, con la maleta en una mano y la fotografía en sepia del abuelito portugués en la otra. Muchos van enfermos; otros, en procura de pan y de salvación allá, en la tierra de sus ancestros, cuya lengua quizás desconozcan. De ser el lugar al que aquellos nobles madeirenses soñaron llegar hace 50 años, Venezuela pasó a ser otro muy distinto del que todos procuran escapar como mejor pueden.
En un país que ha visto marchar al 12 por ciento de los suyos el discurso no puede agotarse en el mero diagnóstico de sus males. Entre nosotros sobreabundan los diagnósticos. Algunos son de gran factura; otros –hay que decirlo– no tanto. Urge abrir caminos, dejar de mirar por el retrovisor en estéril añoranza del país que fuimos. Y digo que estéril porque de tal añoranza nada deriva como no sea el impulso irrefrenable de “pelar” por el pasaporte y salir en busca – Juan Luis Guerra dixit– de “visa para un sueño”.
¿Cómo empezó este horror? Mi memoria vuela a los días de aquel tristemente célebre Plan Bolívar 2000 en los hospitales públicos, con cuyos cuñetes de pintura se habría de dar inicio a la más espantosa empresa de corrupción y expolio que la república haya visto desde su fundación.
En ese entonces, este país asistió al espectáculo de políticos, académicos, periodistas, clérigos, técnicos del más alto nivel, empresarios, intelectuales y hasta a guionistas de telenovela embelesados con el chavismo y con Chávez
Venezuela toda le fue servida en bandeja a una caterva de aventureros con la anuencia –expresa o tácita– de pretendidos “notables”. Reflexionando sobre la tragedia de 1998, en la evocación del título de uno de los más notables ensayos de Don Mario Briceño-Yragorri, Eduardo Fernández, en larga entrevista concedida recientemente a Manuel Felipe Sierra, lo ha dicho sin cortapisas: aquella fue la traición de los mejores hombres con los que este país contaba. A apetitos mezquinos y a cálculos menores le fue sacrificada la institucionalidad que tomó siglo y medio construir, la sanitaria incluida.
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Quienes hemos hecho vida en ambulatorios y hospitales públicos venezolanos desde mucho antes de que se instalase en ellos la llamada “revolución bonita” todavía recordamos el exultante entusiasmo con el que no pocos miembros de nuestra otrora élite sanitaria nacional se apersonaron en sus salas anunciándonos con voz emocionada que “¡ahora sí!” se iba a “poner orden” y a “acabar con el desastre adecocopeyano”, etc, etc, etc. A casi 20 años de distancia, allí están ante nosotros, espectrales y horribles, las resultas de todo aquello; hospitales que no son sino trágicos monumentos a la ligereza intelectual y política de quienes en su día nos fueran presentados como ejemplos a seguir.
En materia sanitaria en Venezuela está todo dicho. Por años hemos acopiado un enjundioso listado de epidemias, carencias, fracasos de toda índole, bellaquerías sin nombre, desmantelamientos irresponsables, omisiones dolosas. ¿Qué hacer ahora entonces? ¿Qué rumbo tomar cuando toca encarar sin escapatoria posible el doloroso choque de frente contra la inmensa gandola de nuestras más duras verdades?
Propongo empecemos por reconocer los caminos que no podemos volver a recorrer. No podemos, por ejemplo, seguir conceptualmente anclados en la idea de un gran monopolio públicosanitario en el que todos los incentivos se alinean de forma tal que no tenga ningún sentido hacer las cosas bien. Seguir hablándole al país de “presupuestos históricos” sin un correlativo en términos de metas programáticas y de costos, de “derechos adquiridos” sin deberes concomitantes y de “sistemas nacionales de salud” desde los pasillos de algún desportillado hospital público sin agua y sin luz es, cuando menos, una falta de respeto al venezolano enfermo.
Porque han sido precisamente esas megamoles burocratizadas e ingerenciables de nuestra sanidad pública, en las que los pagos un día dejaron de corresponderse con la cantidad y la calidad de los servicios de atención médica dispensados, las incubadoras por excelencia del drama sobre el cual luego se montaría el chavismo
¿O es que ya no recordamos el inmenso peso que tuvo la misión Barrio Adentro en los resultados del referedum revocatorio de 2004?
Una organización sanitaria para la Venezuela por venir debe estructurarse alrededor de la calidad de la atención médica que dispense y no del fuero especial de grupo alguno. El “escalafón” y el “prima de jerarquía” deberán ser reemplazados por la medición objetiva de resultados por departamento, por servicio, por sala y por persona, sea que se trate de un médico, de una enfermera o enfermero o de un miembro del personal obrero, técnico o administrativo.
Nada de “cláusulas gremiales” ni de “aumentos lineales”: en lo sucesivo, tanto valor agregas, tanto devengas. A mejor gestión de costos, mejor ingreso. A más calidad de atención y de servicio, mayor participación en la utilidad generada. Porque así son las cosas en el mundo real, aunque aquí apenas nos estemos enterando tras más de medio siglo metidos en la burbuja de nuestro propio autoengaño, creyéndonos lo que no éramos, disponiendo de lo que no teníamos, reclamando lo que no nos correspondía. Nunca fue cierta aquella infeliz frase según la cual “éramos felices y no lo sabíamos”. Mentira. En los 80 y los 90 en los hospitales públicos venezolanos sufríamos y no poco.
No es verdad que la tragedia sanitaria venezolana inició con el chavismo. Su origen es antiguo y hay que buscarlo en las omisiones y las falencias de otros tiempos en los que la lentejuela petrolera nos cegó al punto de impedirnos ver en qué nos íbamos convirtiendo. En medio del festín de la rentista, del “mayamerismo” y del “´tá barato, dame dos” de otros tiempos, la república y su sanidad se nos fueron pudriendo. “Algo debimos haber hecho mal para llegar a esto”, dice Eduardo Fernández en la mencionada entrevista. Y en materia sanitaria no pocas cosas se hicieron mal. “Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa”.
Reflexionar en ello, aún en medio de nuestro dolor, es obligatorio siendo que de lo que se trata es de invitar a un país exhausto y desesperado a un esfuerzo formidable. Los venezolanos tendremos un lugar en el futuro, pero no será de gratis. Un lugar que no nos lo ganará el llamarnos “hijos de Bolívar”, el haber nacido en “el mejor país del mundo, tan lleno de riquezas”, en la “Tierra de Gracia”, en el paraíso de los mejores shortstops y las mujeres más bellas del planeta. Lugares comunes todos que para nuestro infortunio se han grabado a cincel en nuestro imaginario colectivo.
Ningún país esta predeterminado al éxito y Venezuela no es la excepción. El éxito al que aspiramos tendremos que regarlo con sudor y ganarlo a pulso. En la sanidad pública, como en todo, habremos de encarar también esas verdades básicas que por años eludimos
Despidámonos pues del mito del “estado mágico” aquel que describiera Fernando Coronil. La única magia que obrará en nuestros pobres hospitales públicos será la que genere el trabajo productivo de todos los días. Adiós pues a los “delegados”, los “promotores” y a cuanta denominación se diera a quienes desde hace muchos años nada aportan al complejo proceso de recuperar la salud de un enfermo como no sean costos infames que capturan los recursos necesarios para la quimioterapia de un enfermo o la cirugía o el marcapasos de otro. No será fácil lograrlo. Hay intereses poderosos en juego. Los sectores gatopardianos a lo interno de nuestra mísera sanidad pública no son desestimables. Claman por que las cosas cambien, eso siempre y cuando todo quede más o menos igual. Exigen transformaciones profundas, pero no sin antes asegurarse de que aquello que consideran suyo “se lo dejen en la olla”.
A la Venezuela sanitaria le espera una tarea titánica de reconstrucción que demandará el esfuerzo de toda una generación. Una generación cuyos ojos muy probablemente jamás vean los frutos del inmenso sacrificio al que está siendo llamada.
Referencias:
Briceño-Yragorri, M (ed.1991) La traición de los mejores. Esquema de interpretación de la realidad política venezolana. OO.CC, Vol.11. Ediciones del Congreso de la República, Caracas-
Sierra, MF (2018) La traición de los mejores. La agonía del rentismo petrolero. Reflexiones y conversaciones con Eduardo Fernández, Caracas.
Coronil, F (1997) The magical state. Nature, money and modernity in Venezuela. The University of Chicago Press, Chicago & London.