Mecha prendida, por Teodoro Petkoff
Miquilena dice hoy que la política de apertura por él propiciada corresponde plenamente al pensamiento del presidente. Ojalá y tenga razón. No sólo porque él no podría admitir públicamente que existe una diferencia tan marcada entre dos integrantes del Alto Cogollo, sino porque, en verdad, esa diferencia pudiera no existir. No es una cuestión de estilos. Es imposible imaginar que un viraje en la tónica gubernamental como el que Miquilena impulsó pudiera haber sido hecho sin la participación y aceptación del comandante. De haber sido así, sería porque no hay presidente y ese no es el caso, evidentemente. O sea, pues, que se está ante una vuelta de timón.
Los barómetros y sismógrafos del Alto Cogollo tienen que haber registrado cambios atmosféricos y geológicos de gran intensidad y se ha actuado en consecuencia. No para modificar las que el gobierno pudiera considerar sus orientaciones fundamentales, sino para crear un ambiente menos conflictivo para el procesamiento de las diferencias y contradicciones que aquellas pudieran generar. Si es así, bienvenido el cambio.
Pero para bailar un bolero se necesitan dos. Si el gobierno lima algunas de las aristas más cortantes de su actuación y flexibiliza posiciones porque toma nota de las resistencias que su conducta de buscapleitos ha generado, también ayudaría a la creación de un clima de mayor sosiego una conducta menos camorrera de una cierta forma de oposición movida por pasiones que en algunos casos alcanzan expresiones irracionales. Este país está metido, aunque algunos no lo crean y aunque los altos precios petroleros contribuyan a enmascarar las cosas, en un serio problema. Como se dice corrientemente, estamos montados sobre un polvorín. Se equivocan los que de un lado sostienen que lo bueno que tiene la situación es lo mala que se está poniendo, y los que del otro propician la «agudización de las contradicciones». Ambas posturas extremas se dan la mano y no pueden sino conducir al suicidio nacional.
No se trata de que los factores en pugna renuncien a sus puntos de vista propios sino de que, de un lado, se abandone la idea de barrer el piso, a punta de «misiles», con los adversarios, y que del otro se ponga sordina a ese predicamento de que «seis años es demasiado tiempo». El gobierno fue elegido para gobernar seis años y esa es una regla de juego básica, que nos obliga a todos. Pero en este cuero seco que es la Venezuela post puntofijista, en la cual el genio del golpismo todavía anda fuera de la lámpara y las reglas de juego creadas por cuarenta años de vida democrática están un tanto lastimadas, para durar sus seis años el gobierno no puede actuar como un provocador permanente, todo el tiempo retando a que le quiten la pajita del hombro. Porque un día de estos no sólo le quitan la pajita sino que le tumban la cabeza. Por eso, pues, ojalá que la «línea» Miquilena sea en verdad la «línea» Chávez.