Medidas de gracia, por Teodoro Petkoff
Queremos respaldar la solicitud de “medidas de gracia” que formulara el arzobispo de Caracas, monseñor Jorge Urosa, para aquellos de quienes, no sin sutileza, dijo que están “detenidos por la cosa política”. Se hace así monseñor Urosa portavoz de un sentimiento que cada día cobra mayor fuerza y que también habíamos expresado en nuestro editorial del pasado miércoles 14 de este mes. Monseñor Urosa ha comprendido perfectamente que la Iglesia Católica, en su condición de Santa Madre de todos los católicos, para serlo de todos realmente, debe brindar amparo y consuelo a todos, sin distinción alguna de bandos. No significa eso desentenderse de los problemas terrenales sino, por el contrario, para hacerlos suyos, hablar desde la altura de un ministerio de la fe no sesgado por banderías explícitamente políticas. Uno de los dramas de nuestro país es que se quedó de pronto sin instancias mediadoras y facilitadoras de los necesarios encuentros entre adversarios políticos en un país atrozmente polarizado. Que la Iglesia Católica restablezca esa condición que le es inmanente, y que los duros avatares políticos de estos años lesionaron un poco, es bueno para el país. Las posturas que ha venido asumiendo públicamente Monseñor Urosa seguramente son vistas con beneplácito por todo el mundo.
En este sentido, su llamado a una amnistía política debería ser atendido por el gobierno y/o por la Asamblea Nacional. Nuestra historia está llena de momentos que nos avergüenzan pero también de otros plenos de nobleza y compasión. Tuvimos la Guerra a Muerte pero también el abrazo de Santa Ana entre Bolívar y Morillo y la regularización de la contienda. Nuestro siglo XIX fue de guerras y matanzas pero también fue el de la amnistía para Páez y Crespo cuando, vencidos por las armas, les tocó pagar cárcel. Esta tradición se mantuvo en los sesenta de la centuria pasada, una vez que las candelas de la lucha armada y de los horrores que la acompañaron, fueron apagándose. Fue esa tradición la que se expresó también cuando Hugo Chávez y sus compañeros fueron puestos en libertad. Desde luego, no fue sólo altura de miras y grandeza sino sentido y oportunidad política. No es por casualidad que solamente los dos tiranos más siniestros de nuestra vida pasada, Gómez y Pérez Jiménez, fueran los únicos que jamás se pasearon por la conveniencia política de medidas colectivas de gracia hacia sus presos políticos. Aspecto este, el de conveniencia política, que no deja de apuntar también Monseñor Urosa: “Es importante que esta gente —los detenidos por la cosa política— sea beneficiada con medidas de gracia para que haya como una especie de demostración de esa amplitud y diálogo necesarios para Venezuela”.
En este fin de año unimos nuestros votos a los de la Iglesia Católica para que su llamado no encuentre oídos sordos.