¿Mega qué?, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
«No hay sustituto para la victoria». La frase es de Winston Churchill. Quien gana no tiene nada que explicar, mientras que el perdedor se deshace en excusas, coartadas y mentiras. Viene a cuento la frase de Churchill oyendo a un patético Rangel al mediodía y viendo a Diosdado en la noche acompañado de un grupo de personas con caras desencajadas y quijadas por el piso, en una alocución lamentable. Perdedores. Su discurso y su lenguaje corporal los delataban. Pero, ambos dieron un paso más en el desarrollo de la estrategia adelantada por el propio presidente cuando habló de «megafraude». ¿Adónde quieren llevar esta línea de argumentación? Tendrán que contarnos una de vaqueros porque lo que están diciendo es una solemne imbecilidad.
Los fraudes electorales, cuando los ha habido, los cometen los gobiernos porque son los que poseen los instrumentos para ello. En la historia universal de los fraudes electorales jamás ha habido uno cometido por oposiciones. En Venezuela, el gobierno controla la emisión de cédulas de identidad, controla las instituciones, maneja la administración pública, posee recursos económicos gigantescos, controla fronteras, aeropuertos y carreteras; todas las palancas de poder están sus manos. Si alguien puede hacer fraude es el gobierno, no la oposición. Lo único que no controla el gobierno es la percepción de la gente, dentro y fuera del país. Lo que no controla es la circunstancia de que la inmensa mayoría de la gente no es estúpida ni comulga con ruedas de molino. La gente vio lo que ocurrió en el Reafirmazo y en la jornada oficialista de la semana pasada. Y como decía Churchill, no hay sustituto para la victoria. Ella habla por sí sola. La derrota hablaba a través de la imagen del canal 8 anoche, con Diosdado asumiendo ya plenamente el rol de líder del talibanismo oficialista, a la cabeza de la pequeña camarilla de tristes personajes que lo flanqueaban.
El gobierno avanzó anoche en la estrategia de cercar al CNE, de presionarlo brutalmente para tratar de lograr una verificación de las firmas que cierre el camino del RR. Pretende el talibanismo oficialista dictarle al CNE las pautas para realizar la verificación. Estas ya han sido promulgadas. No son las que dicen Diosdado ni Rangel ni Chávez. Son las que el CNE estableció en su reglamento.
Por ahora estamos ante discursos. Peligrosos pero, por ahora, pura paja. Aunque hay que estar mosca, no hay que pararles demasiado.
El gobierno no podrá patear el tablero. Su juego es el de las presiones sobre el CNE y sobre el TSJ, el de los recursos jurídicos y las impugnaciones, y el del discurso amenazante y cínico. Son pancadas de ahogado. Fraude no hubo, en ninguna de las dos jornadas.
Las rigurosas normas del CNE (las planillas en papel de seguridad, la presencia de observadores de ambos bandos en cada mesa, los itinerantes acompañados del contrario, la claridad de los datos de los firmantes, la normalidad del REP, el eventual muestreo sobre huellas dactilares, el reglamento de verificación), así como la presencia de la OEA y del Centro Carter, han blindado el proceso de recolección de las firmas. Cuando Chávez habla de megafraude acusa a sus propios compañeros que actuaron como observadores. ¿Fueron cómplices? Acusa a la FAN. ¿Fue cómplice la FAN del supuesto fraude? No sean ridículos.
Por otra parte, la verificación dejará todo claro. Si no hay firmas suficientes lo demostrará la verificación. Si las hay, igual. Si hay datos chimbos, lo pone en evidencia el cruce con el REP. Si votaron muertos, el cruce con el REP los vuelve a enterrar.
En la recolección de las firmas ni el oficialismo ni la oposición podían hacer triquiñuelas. De modo que la camarilla talibánica del gobierno pierde su tiempo. Habrá revocatorios. Esta no es la Venezuela de 1952, cuando la camarilla de Pérez Jiménez, Laureano Vallenilla y Pedro Estrada, con los mismos trucos de Chávez, José Vicente y Diosdado, volteó el resultado electoral que le fue adverso. Para eso, tal día como hoy, hace medio siglo, el 2 de diciembre de 1952, Pérez Jiménez tuvo que dar un golpe y el país sólo pudo reaccionar cinco años después. No se equivoque la camarilla Chávez, Rangel, Cabello. Estos son otros tiempos.