Memorias de La Rotumba, por Laureano Márquez
Cuando se habla de crueldad y de torturas en Venezuela, siempre se suele uno remitir a la dictadura dolorosas –como todas– de Juan Vicente Gómez. El llamado “Benemérito” tenía como uno de los lugares más tenebrosos y temidos de reclusión, la cárcel de La Rotunda, así llamada porque tenía forma circular, con el sistema llamado «panóptico», palabra creada por el inventor del sistema, el inglés Jeremy Bentham, usando dos raíces griegas: “pan” que quiere decir todo (por ejemplo la carretera panamericana es la que conecta o debería conectar a toda América) y “óptico” nos remite la capacidad de visión (por eso uno va a la óptica a hacerse unos lentes).
Era un tipo de sistema carcelario en el cual se ahorraba mucho en vigilancia, pues siendo la cárcel circular y con todas las puertas de las celdas orientadas hacia el centro del círculo, un solo vigilante podía, desde allí, controlar toda la prisión.
La cárcel estaba ubicada en lo que es hoy la plaza de La Concordia, en la Parroquia de Santa Teresa, cerca de donde está la cuadra de Bolívar. La comenzó a construir Soublette por allá por 1844 y la demolió el general en jefe Eleazar López Contreras en 1936, como emblema de concordia –de allí su nombre– entre los venezolanos en un lugar de tanto sufrimiento. Efectivamente cosas horribles sucedían allí, buena parte de las almas más nobles del país no lograron salir vivas. Las formas de torturas más comunes en La Rotunda eran, además de los conocidos grillos (una bola o barra de hierro que dificulta el desplazamiento del preso), el cepo de campaña, las colgadas, el tórtol, el acial y el apersogamiento. Naturalmente no entraré en la descripción de en qué consistían por no dar más ideas a la infinita creatividad para el mal que nos rotunda.
La Rotunda albergó a las más ilustres inteligencias del país, entre ellos los humoristas Leoncio Martínez (Leo) y Francisco Pimentel (Job Pim). Ambos escribieron en la cárcel algunos de sus versos más brillantes en algún trozo de papel que colaba una esposa, una madre, una novia o una hermana.
Leo escribió su “Balada del preso insomne”:
Estoy pensando en exiliarme
en irme lejos de aquí
a tierra extraña donde goce
las libertades de vivir:
sobre los fueros: hombre-humano
los derechos hombre-civil.
Por adorar mis libertades
esclavo en cadenas caí.
Y Pimentel en “Hierro dulce” nos dice:
Amo los pesados grillos
que me dieron por tormento:
son recios como mi aliento,
como mis versos sencillos.
(…)
Y si su acción permanente
callos formó en mis tobillos,
tengo, gracias a mis grillos,
limpia de callos la frente.
Pero no sé por qué me dio a mi hoy por hablar de La Rotunda. Creo que por un par de titulares que me agobiaban: “Humberto Prado: Acosta Arévalo se murió frente al juez” y “Gonzalo Himiob: este ha sido el año en que más represión hemos tenido”. Me agobiaron especialmente, además, porque acababa de ver la cuña de Navidad oficial, repleta de niños inocentes cantando aguinaldos, con el “gran hermano” en el centro, hablando de amor y de paz, mientras, quizá, en ese mismo instante, en La Rotumba, algún atribulado preso político, rumiaba su esperanza recordando las palabras de Andrés Eloy Blanco –expresidiario de la tristemente célebre prisión gomecista– cuando se lanzaron al mar los grillos de Puerto Cabello y se enterraron los de La Rotunda, en un tiempo en que Venezuela apostaba a la libertad, a la justicia y a la esperanza: “Hemos echado al mar los grillos de los pies.
Ahora, vayamos a la escuela a quitarle a nuestro pueblo los grillos de la cabeza, porque la ignorancia es el camino de la tiranía. Hemos echado al mar los grillos en nombre de la Patria. Y enterraremos los de la Rotunda. Será un gozo de anclaje en el puerto de la esperanza. Hemos echado al mar los grillos. Y maldito sea el hombre que intente fabricarlos de nuevo y poner una argolla de hierro en la carne de un hijo de Venezuela”.