Metiendo miedo, por Teodoro Petkoff

La detención de dos jóvenes en el mitin del Psuv en Maracaibo, su traslado a Caracas para ser «interrogados» por el mismísimo Gran Charlatán y luego su sometimiento a juicio ante un tribunal militar, acusados de «espionaje» (!!!) y de «ataque al centinela» (!!!), no puede ser atribuida solamente a la pérdida de sentido del ridículo por parte del Máximo Hablante.
Aunque sea verdad que la detención y enjuiciamiento alcanzan extremos de ridiculez pocas veces vistos en este régimen especializado en poner la cómica y campeón en cursilería, no es sólo eso. Aunque es verdad que muchos de los altos funcionarios de este régimen constituyen la demostración viviente del teorema de Einstein, según el cual hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, no se trata tan sólo de estupidez. Todo esto, incluyendo el cuento que echó el Gran Charlatán sobre la extraordinaria sangre fría que demostró cuando supo del grave peligro que corrió al enterarse de la presencia y detención de los «espías» (¡Oh manes de Freud! Qué fácil es diagnosticar los complejos que arrastra nuestro comandante en jefe), todo esto, repetimos, es parte de la gigantesca patraña del magnigolpe. Pero, no es sólo esto. Hay en este episodio el mismo trasfondo siniestro que reúne en una misma familia a los pasaportes fotocopiados en el aeropuerto de Maiquetía, a los insultos extra-large de Chacumbele, a la reactivación del juicio a Capriles Radonski, a los acuerdos idiotas de la Asamblea Nacional, a las acciones de grupos armados tipo La Piedrita, etc. Se trata de ejercicios de terrorismo de Estado de baja intensidad. ¿Qué es ésto? No es nada comparable a cárceles llenas de presos políticos, a la práctica de torturas y desapariciones de adversarios; no es nada que tenga que ver con el Terror revolucionario de guillotinas y fusilamientos-.
Son medidas dirigidas a amedrentar de a poquito, a crear un miedo difuso, una sensación generalizada de inseguridad e incertidumbre, que vaya paralizando poco a poco a la sociedad, atrapada por la banalidad aparente de tales medidas y el temor ante lo que pudieran estar anunciando.
Por eso no hay que dejarlas pasar. En el caso de los jóvenes zulianos, hay que denunciar con fuerza la total ilegalidad de lo que se hace con ellos. En un país donde esbirros de la Disip y la DIM filman abiertamente a los participantes en actos de la oposición, donde se pinchan teléfonos para que ratas asquerosas difundan las grabaciones por el canal del Estado, en un país así, detener a dos jóvenes porque tomaban fotos en un acto público y luego llevarlos a juicio militar (!!!), sustrayéndolos a sus jueces naturales, haciéndoles esos cargos absurdos de «espionaje» (lo único que podían espiar era los enormes claros en las gradas del circo de toros de Maracaibo) y de «ataque al centinela» (¿qué centinelas? ¿Los centenares de guardaespaldas del Gran Hablante?), en un país así, repetimos, el atropello contra esos muchachos debe ser protestado y no debe dejársele pasar por debajo de la mesa. El gobierno debe ponerlos en libertad ya.