¡Miedo no!, por Laureano Márquez
Cuentan que una vez dijo Franklin Delano: «A nada temo más que al miedo mismo». Creo que nadie más autorizado para hablar del popular culillo que Franklin Delano. El miedo no es malo.
Sin la prudencia que da el miedo a ser atropellado, por ejemplo, ningún peatón caraqueño llegaría sano y salvo a su casa. El miedo es un mecanismo de protección que tenemos los humanos para sobrevivir. Pero, por otro lado, la única forma como el hombre ha avanzado en la historia es venciendo sus miedos. Cuando perdió el miedo al fuego que compartía con las otras bestias, lo dominó y tuvimos la primera parrilla de la historia y así con todo: el miedo a pensar, a lanzarse al mar navegando, a volar y pare usted de contar.
Uno de los miedos más comunes de los hombres, es el miedo a otros hombres, a los que por distintas circunstancias están en situaciones de poder y lo ejercen arbitrariamente. Para estos, el miedo es un instrumento de dominación. El presidente sirio, por poner un ejemplo, confía en que bombardeando a su pueblo, este tendrá miedo de salir a la calle a enfrentar sus abusos. Hitler confiaba en el miedo que producía en el pueblo alemán, Gadafi en el terror de los libios.
Pero resulta ser, que parte de este avance de la humanidad estriba en que los pueblos han ido descubriendo que los que deben tener miedo son sus conductores, sus líderes, porque están sometidos al severo juicio de la colectividad.
En tal sentido, no hay nada que más asuste a un líder autoritario que un pueblo expresando su desacuerdo.
Si esto aterroriza a los líderes democráticos, imagínense cuánto más a aquellos cuya fuerza depende fundamentalmente del miedo, que puede revestir muchas formas: miedo a que me metan preso si hablo, miedo a que me expropien, miedo a perder el trabajo, miedo a que no me den la casa que necesito.
Todos esos miedos saben manejarlos muy bien los líderes del miedo y en algunos casos, como en la pobre Corea del Norte, se llega a extremos patéticos: temerosos del gobierno que tienen, muchos norcoreanos salieron a llorar la muerte de «su amado líder» públicamente. La gente se lanzaba al suelo en histriónicas pataletas. Así y todo el sucesor del «amado líder», el «amado bebé», mandó a campos de concentración a todos aquellos cuyo llanto no parecía suficientemente real. Cuentan que Stalin tiene los records de ovaciones más largos de la historia, porque cuando hablaba en público, ninguno de los que aplaudía se atrevía a ser el primero en dejar de aplaudir y aquello se prolongaba y se prolongaba, hasta que Stalin hacía una seña de que pararan.
Los pueblos así, culillúos, dan mucha lástima, porque los líderes tarde o temprano pasan, pero las vergüenzas quedan documentadas y cuando se miran desde la distancia, lucen particularmente indignas. Este domingo, los venezolanos tenemos una buena oportunidad para vencer el miedo que nos han ido metiendo. Un ensayo general de la despedida definitiva del miedo el próximo octubre. Salgan a votar, masiva y contundentemente, como dijo el Beato Juan Pablo II: «No tengáis miedo», porque a nada hay que temer más que al miedo mismo, agregaría Franklin y la única manera de derrotarlo es haciendo lo correcto. Este domingo, lo correcto es votar..