Miguel Díaz Canel: ¿Deng Xiaoping cubano?, por Félix Arellano
Hemos vivido otro capítulo en el libreto comunista cubano, pareciera novedoso, pues deja en la cúspide del poder un apellido diferente al Castro Ruz; empero, la hegemonía familiar no ha desaparecido y Raúl Castro se reserva el control del partido y, en el contexto totalitario que vive la isla, el partido lo controla todo, la dictadura se mantiene, el nuevo Presidente Díaz Canel, electo en una elección de segundo grado, propia de los gobiernos autoritarios, donde el resultado es conocido, ha pasado muchos años tratando de evidenciar su lealtad al partido, un discípulo obediente que pareciera que no tiene otro camino que la sujeción sumisa; empero, le espera una realidad devastadora, que posiblemente lo obligue a promover cambios inexorables.
No podemos negarle el beneficio de la duda a Díaz Canel, ni desconocer que todo cambia y, en consecuencia, su labor de gobierno pudiera generar sorpresas. Por lo pronto, se ha cuidado de confirmar su lealtad al anacronismo del partido y su fracasado modelo. Raúl está muy cerca controlando que las cosas se mantengan en beneficio de la hegemonía de la camarilla en el poder. Muchas décadas les ha demostrado el éxito de las perversas estrategias de empobrecer y controlar; de amedrentar, violentar los derechos humanos y paralizar. El partido lo ha controlado todo, no se trata de generar bienestar y desarrollo social, sino de perpetuar la familia en el poder con sus privilegios.
La destrucción del país, su capacidad productiva; el empobrecimiento de la población; el control absoluto de instituciones e individuos; todo forma parte del libreto. También debemos reconocer el carisma y discurso cautivante de Fidel que le permitió lograr, entre otras, las dadivas necesarias para atornillarse. Primero le agradece al apoyo de la vieja Unión Soviética, que en su farsa ideológica y hegemonía geopolítica le interesaba mantener a Cuba, una importante punta de lanza en el pleno corazón de occidente.
Luego, con una dosis de ingenuidad y mucho de autoritarismo, el proceso bolivariano y su chequera petrolera se presenta como el nuevo benefactor. En principio el discurso resalta el romanticismo de la revolución cubana y su trova; pero, en realidad, lo que se organiza entre los bolivarianos, su chequera y Castro Ruz representa una alianza para potenciar el autoritarismo. La chequera y los acuerdos petroleros han permitido el fortalecimiento de la dictadura cubana.
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Ahora bien, entre los graves errores de los Castros se debe sumar la destrucción de Venezuela, incluyendo la “tasita de oro” Pdvsa. En la ceguera comunista no fue posible entender que la destrucción de la empresa petrolera, ocupada de cualquier cosa menos del negocio petrolero y desbastada por una colosal corrupción, representa un duro golpe para la estabilidad del poder.
Las perspectivas para Díaz Canel son sombrías, entre otras, una chequera bolivariana en franco descenso, una Isla destruida por décadas de ineficiencia comunista, un contexto mundial altamente competitivo y productivo. Creíamos que Raúl Castro Ruz tenía claro, tanto la complejidad de los retos, como la necesidad de los cambios, pero los temores lo paralizaron; particularmente el temor que los cambios pudieran significar la democratización de la isla y la pérdida del control totalitario por el partido.
La complejidad de los retos nacionales e internacionales someterá a Díaz Canel ante decisiones difíciles. No sería extraño que, la ceguera y arrogancia propia del autoritarismo, privilegie la hambruna de la población, con tal de perpetuarse en el poder. Tampoco tenemos la esperanza que un pueblo, sometido a la sumisión y el amedrentamiento por tantas décadas, pueda tener la capacidad y fortaleza para enfrentar la muralla armada del poder.
Lo interesante es que la dosis de incertidumbre y transformación que caracteriza a la realidad social podría traer sorpresas y Díaz Canel se podría convertir en el nuevo Deng Xiaoping cubano. Como hemos señalado no contamos con indicios que esto pueda ocurrir, pero los retos son inmensos y la globalidad los exacerba.