Mil presos es un gran reto, por Fernando Rodríguez

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Uno de los dramas más acuciantes de la Venezuela actual es un descomunal número de presos políticos, alrededor de mil. Además, como es bien sabido, denunciado por las instancias más serias del planeta, son sometidos a las peores condiciones. Aislamiento de sus familias y eventuales defensores; torturas y maltrataos inhumanos; amenazas y realidades de sentencias desproporcionadas en relación a los supuestos delitos, a veces tan poco delictivos como manifestar pacíficamente, ser testigo electoral o simplemente militar en alguna agrupación mal vista por el gobierno (todas las que no lo apoyan); los cargos ante un poder judicial totalmente parcializado son a menudo traición a la patria y complicidad con el enemigo extranjero, terrorismo, conspiración para derrocar al gobierno democráticamente electo (¡) y hasta planear asesinar al Presidente de la República. Por tanto las penas pueden ser enormes, de años, de decenios.
Sin duda esta política despiadada tiene como objetivo mayor el provocar temor en la población y alcanzar lo que se podría llamar la paz dictatorial que mucho tiene que ver con aquella de los sepulcros. Cualquier manifestación de calle, por reducida y pacífica que sea, expone a los manifestantes o a ser violentamente disueltos o a sufrir la descrita condición de preso político del régimen autoritario. Por ende, para no ir muy lejos, el silencio reina en la comarca en estos últimos meses después de las minusválidas concentraciones con que se cerró la infamia nacional del 28 de julio.
Es importante señalar que esta paz tiene una doble función: la primera y principal es mantener el poder establecido por el temor generalizado, arriba citado. Pero, paradójicamente, como la paz es buena como dice la cancioncilla infantil, no pocos, sobre todo los que no padecen la miseria generalizada en el país pueden disfrutarla y utilizarla para sus fines crematísticos. Recuerdo en mi juventud a mucha gente acomodada suspirar por los tiempos justamente pacíficos de la dictadura perezjimenista y rechazar la Venezuela de unas cuantas turbulencias propias de la democracia, hasta enguerrillada por un buen rato, y de una creciente y acelerada urbanización que no podía sino promover el crecimiento de la delincuencia. Estorbos sin duda para el vivir cotidiano y, sobre todo, para los negocios, para los ricos. Hasta tal punto que esa nostalgia se hizo realidad cuando años después a cuatro piratas políticos se le ocurrió ir a elecciones con la bandera del abominado tirano y obtuvieron sorprendentes resultados, que luego se evaporaron.
A esto hay que sumar que el país está indefenso, a pesar de la oposición de la inmensa mayoría. Con un ejército monolítico hasta el presente, con partidos opositores demolidos y divididos por años cuesta pensar una resistencia que abogue por esa y otras nobles causas. Tan solo las quejas de países y organizaciones internacionales, con sus naturales impotencias, tratan de hacerse oír. No es suficiente.
¿Qué tal si los candidatos y votantes de mayo próximo realmente opositores, algunos hay, hacen de esta tarea una causa mayor de sus aspiraciones? No estaría nada mal para empezar. Es una necesaria tarea, y una prueba de honestidad.
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