Mimetismo, por Simón Boccanegra
Habla con periodistas y revela que quería haberlo sido. Asiste a una intervención quirúrgica y le quita los trastes a los médicos. Después anda diciendo por ahí que él opera. Si habla con los curas recuerda que fue monaguillo y que lo tentó la carrera eclesiástica. Habla con los maestros y recuerda que habría querido serlo y se ofrece como supervisor itinerante. Cuando lo invade la nostalgia nos dice que su verdadera vocación es la de sembrar topochos en la vega de algún río barinés. Se confiesa recaudador de impuestos y para demostrarlo allana empresas supuestamente evasoras. Alguna vez amenazó con disfrazarse de gandolero para ver si unos guardias nacionales lo matraqueaban. No deja de recordarnos, desde luego, su profunda y verdadera aspiración: ser pelotero, pelotero de Grandes Ligas. Cuando lanzó unas pelotas en el Shea Stadium aquello fue como un orgasmo. Si habla con los chinos es maoísta; con Clinton fue jeffersoniano; con los ayatolas recita versos del Corán. En un entierro le gustaría ser el muerto y simultáneamente decir el discurso necrológico. Maquiavelo decía que el príncipe debe hacer de vez en cuando cosas maravillosas para atrapar las mentes de sus súbditos. ¿Será que Chávez se lo leyó o lo suyo es de nacimiento?