Miranda y Bolívar: Amistades peligrosas, por Ángel R. Lombardi Boscán
Twitter: @LOMBARDIBOSCAN
«¿Tú también, hijo mío?». Julio César
Miranda nunca fue pana de Simón Bolívar. Y Simón Bolívar terminó traicionando a Miranda en el «Desastre del año 1812». Así estarían las cosas en el bando derrotado que ni siquiera fueron capaces de concertar una retirada ordenada. El hecho en sí es bastante controversial y sujeto a versiones contrapuestas. La Historia Patria lo pasa a pies juntillas ya que los héroes no tienen desavenencias.
Obviamente que Miranda tiene todas las de perder ya que Bolívar finalmente triunfaría dónde éste fracasó. Visto así el asunto el traidor devino en héroe y lavó sus culpas. Mataron al perverso y al justo a la vez.
No era poca cosa entregar como máximo trofeo al principal jefe político y militar del bando derrotado y castigarlo con la prisión. Y gracias a ello obtener el perdón y un pasaporte para marchar al exterior y evitar desgracias mayores.
De hecho abundan los testimonios del mismísimo Bolívar «matando al padre» Miranda y justificando su acción. Lo acusó de cobardía y negligencia por rendirse al enemigo aun pudiendo resistir y sostuvo que su propósito no era entregarle a Monteverde sino castigarle con el fusilamiento, sólo que su autoridad, no le dio para tanto. Testigos contemporáneos extranjeros corroboran esta apreciación.
«Este desgraciado suceso (el terremoto y su influencia sobre la población) unido a la ambición e imbecilidad del general Miranda fueron las causas principales de la destrucción de los primeros esfuerzos del pueblo de Venezuela hacia la independencia… La conducta de Miranda está todavía envuelta en el misterio. Mientras presidió el gobierno en este país sus acciones y principios aparecen en directa contradicción con los que profesaba anteriormente y sus miras políticas. Su capitulación con los realistas que mandaba el general español Domingo de Monteverde revela un grado de bajeza y pusilanimidad sin paralelo en la historia. Después que hubo por este acto entregado el honor y la independencia de su país, y abandonados miles de sus compatriotas a merced de un enemigo cruel y exasperado, trató de salvarse con la fuga. No logró hacerlo: dos de sus propios oficiales, indignados ante su cobarde y traicionera conducta, le arrestaron en La Guaira en el momento preciso en que ensayaba embarcarse en un buque de guerra inglés surto en el puerto… No existe un individuo en todo Venezuela (que es, sin embargo, la patria de Miranda) que tenga por él un sentimiento de conmiseración”.
Juicio duro, muy duro, del negociante inglés William D. Robinson, que llegó a defender las acciones de Miranda en el intento fallido de invasión de Venezuela en el año 1806. Es importante acotar que sus informes iban dirigidos al Foreign Office de su país. Decía Aristóteles que la única verdad es la realidad y ésta se discrimina a través de los hechos más desnudos posibles.
Está claro que Miranda es un personaje histórico aún no diseccionado por la psicología y psiquiatría. Lo mismo nos sucede con Simón Bolívar. Freud está muy rezagado respecto a Marx. Y es que atender los impulsos del alma y de la psique es algo mucho más complicado que medir las muy populares variables socio-económicas en los predios de las Ciencias Sociales.
Miranda se encariñó más con la desgracia que con la victoria. Su registro como militar fue deficiente. Incluso su principal biógrafo: William Spence Robertson, lo tilda más como un mercenario ávido de gloria individual, y hasta de riquezas, que el dotado revolucionario que hoy la Historia Patria nos presenta.En Miranda palpita la inquietud permanente con la inconstancia permanente. La audacia desmedida con la retirada conveniente.
Hay unas situaciones que marcaron la vida de Miranda y podemos escarbar en ellas para construir su arquitectura mental. La primera es su condición de «Judío errante» que le hizo cosmopolita y coleccionista de personas inminentes cultivando sus relaciones. En 1771, a la edad de 21 años dejó su Caracas natal y se trasladó a España a seguir la carrera militar. Se sospecha que fue más una huida para escapar de la vergüenza social que produjo el escándalo que involucró a su padre Sebastián de Miranda Ravelo enfrentado a los mantuanos por consideraciones de prosapia genealógica.
El padre de Miranda, si bien fue un próspero comerciante, era oriundo de las Islas Canarias y esto le estigmatizó como integrante de los blancos de orilla, los también llamados despectivamente: blancos pobres.
Se le ha dado muchas vueltas al incidente de La Guaira cuando Bolívar hizo de Judas y entregó al Generalísimo. No sólo su inmediato superior sino también su otrora amigo. Esta felonía sólo se puede explicar de una forma mundana: Bolívar y los oficiales que participaron del complot sólo estaban buscando un pasaporte de salvación y con ello huir al extranjero salvando cárcel y pellejo. Esta apreciación la rescato del excelente ensayo de Edgardo Mondolfi Gudat: «Miranda en ocho contiendas» (2005).
Simón Bolívar, Manuel María de las Casas y Miguel Peña fueron premiados directamente por Monteverde. Algo que documentalmente está comprobado. Otros, como los «ocho monstruos» tuvieron peor suerte. Y es que Monteverde no se pareció en nada a Miranda, un idealista romántico tocado por cierta ingenuidad caballeresca, en cambio, tuvo en Bolívar, una vida paralela. No olvidemos que el desacato de Monteverde, su insubordinación a Cevallos y Miyares, fue replicado por Bolívar durante la Campaña Admirable del año 1813 desconociendo los límites de sus órdenes emanadas por el Congreso de la Nueva Granada que le autorizó y subvencionó la incursión militar.
Bolívar, nunca se arrepintió de haber entregado a Miranda al enemigo. Por temperamento y carácter no era un moderado en contraste con el envejecido y desmoralizado Miranda. Así como los países no tienen amigos sino intereses.
La rivalidad Miranda vs Bolívar tiene que ser vista de la misma forma. Fueron dos políticos dedicados a las armas sobrecargados de vanidad y gloria. Y ninguno de ellos dos iba a permanecer en la sombra del otro.
Hay un dato interesante que puede explicar la molestia de la oficialidad patriota contra Miranda en el «Desastre de 1812»: dio la impresión a estos que Miranda ponía pies en polvorosa. Que huía del país sin ratificar la Capitulación y con dineros públicos del Tesoro Nacional. Esta versión está amparada en la falta de empuje y vigor del Miranda militar que teniendo aún fuerzas superiores que las de Monteverde prefirió una estrategia defensiva. Miranda, una vez más, pensó que huyendo y rehaciéndose podría salirse con la suya. Esta tesis justifica a Bolívar. Aunque su más grande justificación fue su triunfo total en el año 1821 en Carabobo.
Otra aproximación «novelesca» a éste controversial episodio puede darla el hecho de que Miranda ya era un héroe de salida en la Historia mientras que Bolívar apenas daba ya sus primeros y muy decididos pasos. Miranda en Venezuela fue en realidad un expatriado y su entorno natural alrededor del gobierno le fue hostil. Miranda fue un malquerido en todos los escenarios que le tocó actuar. Un ave solitaria que construyó su propia propaganda desde quimeras imposibles y que la realidad siempre lo regañó. ¿Pero a quién no regaña la realidad?
Otro dato interesante es que en la guerra moderna, ya más propia del vértigo napoleónico, gana el que ataca y no el que defiende. Y Miranda, militar teórico enclavado en los textos clásicos antiguos, fue más bien un competente ordenanza cautivo de los rituales de una disciplina despótica. «Miranda, hombre de ingenio e inteligencia, conocía la teoría de la guerra mejor que cualquier otro general del ejército, pero ignoraba la práctica». Apreciación ésta que proviene del general Dumouriez, jefe superior de Miranda, en las campañas francesas sobre los Países Bajos entre los años 1792 y 1793.
Bolívar se mostraría en las antípodas de Miranda en lo que se refiere al arte militar. El Libertador nunca estuvo de acuerdo con ninguna medida estratégica defensiva que denotara pasividad o indicios de derrotismo aun teniendo la fortuna en contra. Esta vocación por la victoria desde una suprema y meridiana claridad sobre la realidad dura y pura también lo terminó de alejar del bucólico Miranda.
*Lea también: El desastre de 1812, por Ángel R. Lombardi Boscán
¿Fueron realmente amigos Bolívar y Miranda? Hubo un momento en que sí lo fueron, aunque lo justo es señalar que se trató más de una amistad de compromiso. Bolívar admiró a Miranda y quedó deslumbrado por su autoridad como revolucionario de lustre y de talla internacional. En la misión diplomática de la Junta de Gobierno que llegó a Londres del año 1810 Miranda recibió en su vivienda a Bolívar. Y cuando Miranda regresó a Venezuela en diciembre de ese mismo año, Bolívar le retribuyó con un mismo gesto.
En la campaña militar contra los corianos de Monteverde del año 1812, una guerra caraqueña contra un invasor occidental, Miranda le concedió a Bolívar una grandísima responsabilidad, que no supo corresponder. La pérdida de la fortaleza de Puerto Cabello aceleró el fin de la Primera República. Miranda ignoró olímpicamente al deprimido Bolívar de la misma forma como ignoró a su suerte a los 58 mercenarios estadounidenses que fueron hechos prisioneros por el Capitán General Guevara Vasconcelos en la fallida invasión en Ocumare en el año 1806. Puede que este despecho sea también un punto de quiebre.
Además, existió también la brecha generacional: un Miranda de 62 años y un Bolívar de 29 años en 1812. El hijo que rompe con el padre simbólico y lo tiene que negar para crecer y establecer su propio señorío.
La ruptura hay que buscarla además en consideraciones psicológicas que hoy apenas son esbozadas por los estudiosos del tema.
Los héroes deben ser comprendidos desde su humanidad imperfecta. Sólo así podremos avizorar sus capacidades como hombres especiales de su tiempo y como sus actos cambiaron la Historia, ya sea para bien o para mal.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo