Moral y política, por Fernando Rodríguez

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Si en algún lugar de la acción humana es dificultoso medirla con criterios abstractos y universales o por los efectos concretos que esta produce es en la esfera política. Digamos, con alguna pérdida, separar la ideología de los resultados de una acción determinada. Si entendemos la moral como los criterios que deben guiar toda acción humana sin duda la política debe estar supeditada a ésta, con los matices que le son propios, que pueden ser muy vastos.
Y nos basta para definir la moral que esta debe obedecer a algún principio, para comenzar con el que obliga a la verdad, cualquiera sea la manera como esta se entienda, por supuesto muy plural en el tiempo y el espacio humano. Y por supuesto hay hasta amoralismos que pretenden prescindir de cualquier criterio que sea otro que el deseo o el provecho individuales, por ejemplo.
Pero hay que decir que en general la política se define en nuestras sociedades, al menos, como la búsqueda del bien común. Y diría que al menos en la modernidad se define como democracia, es decir, que su mecanismo fundamental es que el soberano, el pueblo, es el que decide el destino colectivo.
Otrora fueron los señores feudales o los reyes. Que estos dos principios fundamentales pueden definirse de la más diversa manera también es cierto y he aquí el gran juego planetario que vivimos ayer, hoy y mañana. Aun los que muy explícitamente aceptan esos dos criterios pueden ponerlos en práctica de la más diversa, y aun contradictoria manera.
Muchos, de quienes se dicen demócratas suelen poner en práctica personalismos despóticos, tiranías, y están muy lejos de buscar el bien de todos, al menos de muchos. Y van desde los déspotas tradicionales, abundantes en el sur global como se dice ahora, hasta esa mezcla de mandón, payaso y orate que conduce la nación más rica del mundo, sí, Donald Trump. O los criminales de Netanyahu o Putin en el mundo desarrollado. Pero no es exactamente el tema.
Nos interesa desarrollar, sic et nunc, una cierta «lógica» que está en uso en manos de multisápida oposición, diría Betancourt, donde hay que ser un verdadero experto para distinguir alacranes, alacranoides, neutros y uno que otro ancien combattant bastante aporreado.Buena parte coinciden en que si bien Edmundo Gonzáles, o mejor María Corina Machado, ganó por paliza las elecciones presidenciales de julio del pasado año, es decir, respetando la soberanía popular, esencia de la democracia, pues las perdió porque irrespetó la práctica, el realismo, o no sé qué carajo que contiene la verdad de la historia.
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No importa tampoco, digámoslo de paso, que la dama hizo las cosas con verdadero aplomo y sagacidad, quizás no para compararla con Bolívar como ha hecho el muy distinguido historiador mexicano Enrique Krause pero sí para reconocerle valor, tenacidad y astucia. Yo he dicho muchas veces que mi apoyo a la dama es mi deseo de que haya alguna forma de democracia en el país lesionado por un cuarto de siglo de botas y corrupción, que salgamos de la tiranía, así la señora Machado sea a mi gusto político absolutamente reaccionaria.
Pero hay que reconocer democráticamente su triunfo, cualquiera que sea la moral que se tenga, la ideología, si es verdad que respetamos esas verdades del bien común en manos del soberano popular. Y en el fondo la verdad que es el asidero de toda lógica, de todo recto pensar humano. El soporte moral de todas sus edificaciones probas, por pragmático y hasta oportunista que sean los criterio de verdad.
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