Morir en Machiques, por Simón Boccanegra

Desde hace varios días ando con un remordimiento de conciencia: en TalCual no se ha dicho nada sobre el asesinato, en Machiques, de Joe Castillo, el abogado defensor de derechos humanos. Por una u otra razón, la vorágine de acontecimientos en los cuales estamos sumidos nos hizo descuidar la atención a ese crimen. Es imperdonable porque el de Joe, así como su esposa e hijo bebé, heridos en el mismo acto horrendo por los sicarios que lo mataron, es un asesinato político. A Joe Castillo lo mataron porque ejercía la defensa de los desheredados, de las víctimas de todos los abusos, de los pobres entre los pobres: los campesinos colombianos que huyen de la violencia y los indios de Perijá. No es la primera muerte por el sicariato de la zona. Es sobradamente conocido el hecho de que en la costa occidental y en el sur del lago de Maracaibo, no de ahora sino desde hace décadas, parte de la gran propiedad de la tierra ha sido amasada con sangre de dirigentes campesinos, muertos a manos de sicarios, que antes eran llamados simplemente pistoleros. Joe cometió el «delito» de denunciar la injusticia y la injusticia lo mató. Como en tantos otros casos, y a pesar de ser conocidos los contratistas de sicarios, la espesa red de complicidades y silencios existente en esa zona del país les garantiza la impunidad.