MVR: trampas y trompadas, por Teodoro Petkoff
Cuando Gonzalo Barrios, hace ya años que parecen siglos, salió con aquella gracejada de las “trompadas estatutarias”, para intentar minimizar los pleitos internos en su partido, tal vez no percibía que aquellas reuniones partidistas que terminaban a silletazos eran apenas la punta de un iceberg; la expresión de una crisis que preanunciaba la caudalosa migración posterior de las bases adecas hacia las filas del MVR. Era la crisis del cogollismo partidista, la rebelión de las bases contra las imposiciones de la cúpula dirigente y en particular del todopoderoso Secretario General.
Era la inevitable consecuencia de la contradicción, al final insalvable, entre una sociedad democrática y abierta y un partido cerrado y autoritario, en cuya escala jerárquica a los organismos inferiores (locales y regionales), así como a los militantes, se les suponía subordinados casi militarmente a los mandos superiores.
Al final, un partido cuya vida interna es precariamente democrática se hace incompatible con un entorno social democrático. Los militantes comienzan a exigir respeto a derechos que pueden ejercer en la vida social ordinaria, pero no en el partido. Votan para elegir diputados o concejales pero no pueden votar para elegir a los candidatos del partido.
Pueden expresarse libremente en los medios pero no pueden hacerlo dentro del partido. Ahí comienzan a aparecer las “trompadas estatutarias”. Lo que jamás imaginaron esos adecos de base, cuando se fueron detrás de nuestra versión con boina roja del Flautista de Hamelín, es que los esperaba la misma vaina. El MVR es un partido más cerrado y autoritario que ninguno de sus predecesores. El dedo atómico de Yo El Supremo decide lo esencial y los subdedos de los Tareks y los Laras deciden más abajo. De la “base” se espera tan sólo que acate. De hecho, el MVR nació viejo; tiene todos los vicios y defectos de la AD tardía y ninguna de las virtudes y fortalezas de sus tiempos dorados. En el partido de gobierno tenemos silletazos y trompadas estatutarias y también tiros de reglamento. En Monagas, un debate “fraternal” terminó con un compañero muerto. En Anzoátegui, sus guardaespaldas tuvieron que rescatar a Willian Lara de la furia de sus compañeritos de partido y Tarek utiliza la policía de la gobernación para impedir el traslado de aquellos a Caracas. En Carabobo, es intervenido desde Caracas el llamado Comando Táctico Regional porque el general Acosta Carles, dicen sus adversarios, había comprado a 18 de sus 20 integrantes. Y ni hablemos del Zulia, donde el caos emeverrista es total, ni de Caracas, donde los pleitos se dirimen al pie de la estatua de Bolívar. En fin, el propio cuero seco, porque noticias de este jaez provienen de todo el país.
Lo que no alcanza a digerir Yo El Supremo es que este país venía cambiando desde antes de su acceso al poder. El sentido democrático de los venezolanos se fortaleció en la lucha contra las inefables “cúpulas podridas”. El genio democrático salió de la botella y meterlo en ella otra vez sólo sería posible a sangre y fuego. Las “trompadas estatutarias” en el MVR (así como las recientes en AD) no son sino continuación de la misma crisis: la de los partidos políticos venezolanos, que no terminan de encontrarse con un pueblo que no se resigna a calarse la condición de convidado de piedra.