Nepotismo, por Teodoro Petkoff
Define el diccionario Larousse la palabra nepotismo como «abuso que una persona hace de su poder a favor de su familia». Nepotismo es una forma de corrupción. Hace dieciséis años, los alzados justificaron su golpe en nombre de la lucha contra la corrupción. No levantaron casi ninguna otra bandera. Prometían «purificar» el país y renovaron esa promesa cuando democráticamente alcanzaron el poder en 1998.
Pero, en el gobierno, el oficialismo ha resultado una banda de feroces depredadores. No sólo vivimos tiempos de atraco a las arcas públicas como nunca antes en nuestra historia republicana, sino que ahora se ha desatado una verdadera orgía nepótica, para que los funcionarios y sus familias puedan continuar chupando de la teta presupuestaria. Gobernadores y alcaldes en ejercicio, con impúdico descaro, andan promoviendo, para sucederlos, a sus más cercanos parientes. Hay un alcalde de una ciudad oriental que ahora aspira a la gobernación del estado y lanza la candidatura de su mamá para la alcaldía que eventualmente deberá dejar, y la de su papá para la alcaldía de una población vecina.
Episodios como éste se están dando en muchos estados y municipios y, aunque en número mucho menor, desgraciadamente también hay funcionarios de oposición que no vacilan en postular para los cargos que van a abandonar a sus más próximos parientes. Padres, madres, conyuges, hermanos y hermanas, sin ningún otro mérito que el de la consanguinidad, son promovidos como candidatos por sus inescrupulosos parientes hoy en el poder.
La Quinta República comenzó a mostrar esta crucial debilidad moral y ética cuando el presidente de la República hizo de su padre gobernador de su estado natal, de uno de sus hermanos alcalde de Sabaneta y de otro, embajador y ministro. A su vez, el padre creó el inefable cargo de Secretario de Estado para otro de sus hijos, que ahora aspira a la gobernación. El efecto-demostración de esta conducta del presidente ha sido fatal. Hoy, decenas y decenas de sus seguidores pretenden imitarlo. «Si él puede, ¿por qué yo no?» Es toda una epidemia.
Esto habla no sólo de los muy débiles resortes morales, éticos e ideológicos del oficialismo sino de la bancarrota en que aún se mantiene el sistema de partidos políticos. Con partidos fuertes, estructurados, con un sólido cemento doctrinario y programático, que unifique a sus miembros, esta sinvergüenzura, esta suerte de privatización de la política y de las instituciones públicas, sería casi imposible. Hoy no existe ninguna ley que prohíba esta práctica, pero habrá que legislar sobre ello, estableciendo los límites y los alcances del parentesco para el ejercicio de funciones públicas electivas y no electivas.