Ni demagogo ni charlatán
Tal como esperaba y deseaba la mayoría de los norteamericanos Barack Obama ganó las elecciones y se mantendrá en la presidencia para su segundo y último mandato.
Más cómoda la victoria de lo que pronosticaban las encuestas, Estados Unidos reafirma así su determinación, como nación, de continuar avanzando por el camino de la supresión de esa terrible lacra del racismo, no sólo legal, que ya es un hecho, sino en las conciencias, de donde es más complicado y difícil expulsarlo.
Ratificar a Obama, pese a los problemas económicos en que Bush metió al país, y pese a la feroz campaña en contra, encabezada por ese pitecantropus cavernícola que es Romney, ratifica también el espectacular viraje sociopolítico que se ha producido en la gran nación. La primera elección no fue una casualidad y seguramente, ya desde la segunda, el camino hacia una sociedad cada vez más conciente de la diversidad de sus componentes y absolutamente dispuesta a aceptarlos como tales, ha sido ensanchado por Obama.
Esto, que de por sí probablemente es el rasgo existencial más relevante de su victoria, es, sin embargo, una apreciación incompleta. Obama ganó también porque su discurso, su programa y, sobre todo, los hechos de su administración, fueron consecuentes con lo que él es: un político de izquierda, un liberal, en lenguaje norteamericano, un socialdemócrataen lenguaje más universal.
Obama hizo de la superación de las desigualdades sociales y la elevación de los niveles de vida de las masas más pobres del país el norte de su política. Eso lo enganchó con el sentimiento de la mayoría, pero en particular con el de las minorías, todas, pero sobre todo con la negra y la latinoamericana.
Obama no es un demagogo ni un charlatán al que le encanta oírse a sí mismo, sino un hombre de realizaciones. Habla y hace. Sus primeros cuatro años están sembrados de importantes hechos cumplidos.
La extensión de la seguridad social a 40 millones de norteamericanos que estaban privados de ella; la política económica, que viene venciendo a la recesión que heredó de Bush, creando millones de empleos, y recuperando la confianza; el incremento de la ayuda financiera a las universidades y las medidas para implementar medidas dirigidas a mejorar la carrera docente en primaria y secundaria; su política ambientalista; son algunos de ellos. Pero en el plano político y social también fue un defensor de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos: inmigrantes, gays, aborto, fueron puntos de su agenda que no se quedaron en palabras.
Su política internacional también marcó un viraje de 180 grados con respecto a la de Bush. Obama es un pacifista activo, no un comeflor, y un hombre que trabaja para limpiar la imagen del «americano feo» que tantos de sus predecesores se encargaron de diseñar.
No es que no haya cometido errores o que no haya insuficiencias en su gestión. Pero una gestión presidencial no es un libro de contabilidad sino un conjunto donde aciertos y errores se entrelazan estableciendo un perfil general que define ese conjunto. El perfil de la gestión de Obama en su primer mandato estuvo a la altura de las expectativas. Contrariamente a lo que decían sus adversarios, Obama no produjo frustración. Por eso sus connacionales lo recompensaron con un segundo mandato. Chávez se habrá quedado con las ganas de tener un nuevo Mr. Danger en la Casa Blanca.
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