Ni un paso en falso, por Teodoro Petkoff
El mortal atentado contra Danilo Anderson podría marcar un cambio cualitativo en nuestra tormentosa y atormentada política nacional. Esta muerte no es asunto del azar, se intuye que podría haber un plan detrás de ella.
Se adivina la existencia de una fría máquina de matar, presidida por una voluntad política que ha hecho del terrorismo su modo de acción. La connotación política de la víctima hace pensar que su selección no ha sido casual; la decisión del asesinato apunta hacia un determinado objetivo político; la ejecución del bombazo no fue de amateurs sino de profesionales. Todo esto, en principio, hablaría de una organización. Desde luego que una investigación seria no puede descartar ninguna hipótesis, pero, mientras no se demuestre lo contrario, la primera a considerar es que se trata de un crimen políticamente motivado, llevado a cabo por gente organizada y entrenada para ello. Eso compromete la necesidad de una investigación seria y, aunque parezca paradójico, políticamente desprejuiciada.
Por eso es que ha sido tan importante la singular unanimidad y al mismo tiempo la prudencia con la cual el país político, de todos los colores, ha repudiado y condenado el atentado. No ha sido una cosa ritual. El lenguaje de las figuras más importantes del gobierno, del Presidente para abajo, ha sido mesurado, no ha habido acusaciones al voleo, ni actuaciones represivas indiscriminadas.
La afirmación de Chávez de que este no se dejará imponer la agenda de la violencia tiene el peso de una declaración de principios: anuncia la disposición de actuar ceñidos a la ley y a la Constitución, sin permitir actuaciones descontroladas. Por su parte, todas las fuerzas políticas de la oposición condenaron sin esguinces ni piquetes el atentado. En el Parlamento, el acuerdo de repudio fue redactado por todos, de tal modo que pudiera ser votado y aprobado sin ninguna reticencia, en demostración elocuente de la voluntad del país democrático de oponerse con todas sus fuerzas y recursos a la posibilidad de que la política se transforme en un escenario sangriento de ojo por ojo.
No es verdad que en el país todo era paz y armonía antes del atentado, pero no se puede negar que se venía abriendo paso, con contradicciones y mucho forcejeo, un proceso de “normalización” de la confrontación política, una relativa apertura política, marcada por encuentros y diálogos entre opuestos que parecían impensables hace pocos meses. El asesinato de Danilo Anderson, sin que se sepa a ciencia cierta quiénes lo ordenaron y ejecutaron, objetivamente perturba ese todavía tímido proceso de reconstrucción de un marco de convivencia ciudadana para la lucha política. ¿A quién beneficia? A quienes creen poder sacar partido de la crispación eterna, del juego suma-cero, de la confrontación irreconciliable. Por lo mismo, hoy cualquier paso en falso puede ser fatal. Existe una frontera que no debe ser traspasada, más allá de la cual la vida política se tornaría, para decirlo con palabras de Shakespeare, “un cuento de ruido y furia, narrado por un idiota”.