Nicaragua y Venezuela, por Américo Martín
Convertida en centro de la atención mundial, la resistencia civil nicaragüense confluye con la causa democrática de Venezuela. Es obvio que el triunfo de una acelerará el de la otra. Están sólidamente conectadas en una lucha continental en la que desempeñan el rol principal. Si bien el activismo social sigue creciendo en Venezuela, lo de Nicaragua es hoy por hoy lo más cercano a una guerra civil clásica. El sacrificio del pueblo de Rubén Darío, le cierra el retorno al sandinismo. La Iglesia acompaña a las víctimas de la pareja presidencial mientras exige diálogo de veras y adelanto de elecciones. Pero Ortega solo confía en las armas. Teme que su salida, dado el torrente de sangre que ha vertido, active la justicia en su contra. Justicia exigente e imparcial como corresponde a un país que no empañaría su victoria irrespetando el estado de derecho.
Ese temor dimensiona la represión. Esperan los Sandino-somocistas que la espiral homicida agote la capacidad de sacrificio del aguerrido pueblo nicaragüense. Es un mal cálculo. Venezuela y Nicaragua más que “casos” son “causas” mundiales. Cavar en el légamo del crimen es hundirse más
Chávez y Maduro dispusieron de recursos que nunca soñó Ortega. La tragedia venezolana sigue expandiéndose y aunque la oposición se encuentre dividida, el motivo que fuerza la reunificación, sigue encendido como lava volcánica. No obstante, la oposición debe recuperar la serenidad y usar el cerebro. Lo primero es librarse de prejuicios. No puede renunciar a lo que es de la naturaleza de la democracia: las elecciones, aunque los émulos venezolanos de Ortega las perviertan. Nunca como ahora el mundo tiene la mirada fija en el país. El Parlamento europeo, el Senado chileno acaban de reiterar que desconocen la inconstitucional ANC y al gobierno emanado de la trama electoral del 20 M, al tiempo que declaran su reconocimiento a la AN y exigen elecciones internacionalmente supervisadas y atenidas a las condiciones que el régimen insiste en violar. Si como es fácil suponer la autocracia desprecia esa fórmula otra vez desafiando a la comunidad internacional, multiplicará, en su incrementada debilidad, las razones que lo condenan sin remedio.
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¡Y sin embargo, sigue aferrado al mando!
Es agobiante porque los problemas se agravan y el aplazamiento del desenlace alienta impaciencias, juicios desmedidos y propuestas superficiales que muchos reclaman pero nadie aplica. Soluciones expeditivas como la de calle-calle-hasta que el régimen salga, ya no son esgrimidas con la ligereza de antes y no por eso deban descartarse en términos como los usados por quienes las consagraron con rigor dogmático. Simplemente, persiste el equilibrio. El gobierno no es capaz de sostenerse en los escombros de su fallido modelo pero la alternativa democrática tampoco ha reunido fuerzas suficientes para desplazarlo. Atascos políticos de esa índole, siendo usuales, duran menos que lo imaginado por la angustia colectiva.
Si la oposición persiste en unidad sin maximalismos supuestamente salvadores será premiada porque no hay futuro más trunco que el de Maduro y Ortega. Han ido perdiendo terreno y no tienen nada más que ofrecer en la agonía de sus demenciales modelos.
Se irán, no hay mucho que puedan hacer para evitarlo.