Nicolás en Maiquetía, por Tulio Ramírez
@tulioramirezc
A las 6:30 am del día 24 de diciembre llegó por Maiquetía un personaje evidentemente extranjero, pasado de kilos y con una indumentaria muy vistosa. El gorrito era lo que más llamaba la atención, pero los guardias del aeropuerto asumieron que había echado un camarón durante el vuelo y se le había olvidado quitarse el camauro.
Antes de seguir adelante aclaremos. El camauro, no es un camarón con un aura. Se trata de un gorro de terciopelo rojo ribeteado de armiño, usado desde el siglo XII como prenda reservada a los papas, quienes lo utilizaban en invierno en lugar del habitual solideo blanco. Dicho de una manera más coloquial, se trata del gorrito de San Nicolás. Ahora, sigamos con el cuento.
La maleta de mano del extraño visitante era un saco rojo. Nadie le paró. Los extranjeros suelen ser a veces excéntricos. Al pasar por migración, en vez de presentar un pasaporte, enseñó una tarjeta de navidad. El joven oficial sonrió e insistió en el pasaporte, pero el noble anciano se empeñó en colocar sobre el mostrador la tarjeta. Por supuesto, fue el momento en que comenzaron los problemas.
Le indicaron que debía acompañar a unos funcionarios. Al ingresar a una pequeña oficina, lo primero que preguntó fue por qué no había un adorno de navidad. La respuesta fue “deje la vaciladera ciudadano, que usted está en problemas”. El ambiente se puso tenso. Los funcionarios lo requisaron y vaciaron el saco. Les extraño que no trajera ropa de muda, sino regalos. Duraron 3 horas abriendo los presentes en busca de drogas. No consiguieron nada.
La sospecha de estar frente a un miembro de la CIA, se apodero de los uniformados. “Si el viejito es un espía, mañana nos condecoran”, pensó el funcionario de mayor jerarquía, un teniente para más señas. “Identifíquese ciudadano”, increpó con autoridad, “San Nicolás”, respondió sonriendo el detenido. “Este carajo está loco e’bola o nos quiere vacilar”, se le escuchó decir al interrogador. Con cara de pocos amigos continuo el Teniente, “mira viejo, o te pones serio o te deportamos, ¿a qué viniste al país?”, “a traer regalos a los niños”, respondió quien se hacía llamar Santa.
“Aaaah, conque así es la vaina, pues ya caí viejo resabiado. Todo está claro, si vienes sin pasaporte, camuflajeado, y dices que vas a dar regalos a los carajitos, debo presumir que eres un contratista del gobierno. Tú eres quien provee de juguetes para las cajas CLAP. Por eso no quieres dejar rastro alguno, no vaya a ser que la oposición descubra el chanchullo de las comisiones y te manden a encanar con la Interpol. ¿Es así o no es así?”. Santa solo atinó a decir, “si usted lo dice”.
“Carajo Teniente, usted es un fenómeno, ¿cómo pudo descubrir la jugada del viejito?”, preguntó el Cabo Rentería, “Experiencia, Cabo, experiencia. Con los años y tantos operativos uno llega a conocer un corrupto hasta por la manera de caminar”. “Bueno, aclarado el asunto, vamos al siguiente paso viejito”. “Usted dirá”, respondió Santa.
“No te hagas el loco que aquí somos panas. Déjame lo mío por aquí y puedes seguir tu camino”. Desde el rincón, el Cabo gritó, “epa mi Teniente, no se olvide de mí, mire que yo gano menos que usted y tengo que llevar para la casa”. El Teniente respondió, “tranquilo Rentería, que el viejito sabe que aquí todos tenemos que comer”. Agregó el Teniente “de paso y para que quede claro, esto es una colaboración no una extorsión. No me le vayas a decir al enchufao de las Bolsas CLAP, que estoy obstaculizando el procedimiento, más bien dile que le estoy salvando el negocio”.
Ya con cara de fastidio el Teniente sentenció, “ok viejito, el Cabo y yo vamos a salir un momento para que dejes sobre la mesa nuestro aguinaldito y luego te puedes ir. Vamos a dar instrucciones para que te dejen salir del aeropuerto sin que te pidan papeles”. Una vez que salieron de la oficina, Santa procedió a cumplir lo solicitado y salió del aeropuerto sin que autoridad alguna lo volviera a detener.
El Teniente y el Cabo, pasados 15 minutos, retornaron presurosos. Encontraron sobre el escritorio 2 cajas envueltas con papel de regalo, en una había una estrella de Belén y. en la otra, una figura del Niño Jesús. Se miraron uno al otro totalmente desconcertados. Aparte, había un sobre que abrieron sintiendo un evidente alivio. Dentro había una tarjeta de Navidad con un escrito que decía. “Nadie sabe para quién trabaja, es muy grande el favor que le han hecho a los niños pobres venezolanos. Feliz Navidad. Santa”.