No creer en pajaritos preñados, por Teodoro Petkoff
Es innegable que el CNE está totalmente controlado por el oficialismo, pero este mismo CNE es el que registró la victoria del 2D, así como los resultados favorables a la oposición en Caracas, Miranda, Carabobo. Zulia, Táchira y Nueva Esparta.
También los de las siete capitales de estado cuyas alcaldías ganó la oposición. La oposición perdió las alcaldías de Valencia, Maracay y Cumaná y la gobernación de Bolívar, y unas 70 más alcaldías en el resto del país no por el CNE sino porque en esos sitios fue dividida. La suma de los votos de sus múltiples candidatos en cada lugar, registrada por este mismo CNE, daba fáciles victorias si se hubieran construido candidaturas únicas. Fueron, pues, autogoles y no trampas las que llevaron a esas derrotas. Porque la oposición a veces también se comporta como Chacumbele: ella misma se mata.
No es cierto que las máquinas están programadas para que den resultados favorables al gobierno. Las máquinas son invulnerables a la manipulación. No pueden ser trucadas ni «cargadas» para que emitan resultados favorables al gobierno.
¿Si no, por qué, entonces, el gobierno perdió el 2D? ¿Quería perder Caracas y Miranda y por eso no hizo trampa en estos sitios? Las máquinas son previamente revisadas y auditadas por técnicos de la oposición -que los tiene, y muy buenos, y lo que en ellas se marca es lo que sale tanto en los «recibos» que arrojan como en el acta que al final botan. En el pasado, esta leyenda condujo a niveles gigantescos de abstención en la oposición y a entregar de gratis gobernaciones, alcaldías, concejos municipales y, la tapa del frasco, la Asamblea Nacional. Por supuesto, la garantía de que no se produzcan votos fantasmas está en la presencia avispada de testigos en todas las mesas de votación.
Donde no ha habido testigos han sido marcados votos progubernamentales y el acta, desde luego, ha registrado esos votos. Sigue siendo verdad que acta mata voto, con el añadido de que los «recibos» también corresponden a los votos fantasmas. Las únicas trampas posibles son las que se producen donde no hay testigos que las impidan.
Los «captahuellas» no permiten conocer el voto. No hay manera de establecer una secuencia en los votantes y es una lástima que sólo los coloquen en 8 estados y no en los 24, porque si para algo sirven es precisamente para impedir que una misma persona vote más de una vez. El secreto del voto no puede ser violado ni por las máquinas ni por los «captahuellas». Los empleados públicos no tienen que tener ningún temor de que les descubran como votaron. Eso es imposible.
Hay dos claves para la victoria. Una, votar. Votar NO, por supuesto.
No dejarse amilanar ni asustar por el oficialismo y salir a votar contra viento y marea. Otra, que TODAS las mesas electorales sean cubiertas con testigos. Podía añadirse una tercera: participar de la auditoria de las urnas electorales y acompañar a los testigos en su trabajo hasta el final de este. No hay que creer, pues, en pajaritos preñados.