No fue en Miami, fue aquí; por Teodoro Petkoff
Así como para los gringos es irrelevante si los tipos que están juzgando en Miami son corruptos o no y lo único que les interesa es condenarlos por haber actuado en Estados Unidos como agentes de un gobierno extranjero, para nosotros también es absolutamente irrelevante si los niños cantores de Miami violaron o no leyes norteamericanas. El problema no es que violaron las leyes yanquis sino que violaron las de Venezuela.
Ese es el verdadero problema para nosotros. En el camino de demostrar la violación de las leyes norteamericanas, ha brotado la evidencia contundente de la corrupción que gangrena al gobierno venezolano. Se ha asomado la punta del enorme ice berg de corrupción que se ha conformado entre altos funcionarios del gobierno y la boliburguesía. De hecho, el abogado de Franklin Durán más bien se apoya en los vínculos delictivos entre su defendido y altos funcionarios chavistas para tratar de demostrar que aquél no era un agente del gobierno venezolano (y por tanto no habría violado la legislación gringa), sino meramente «un amigo del gordo Antonini, al cual trataba de ayudar y sacar de apuros». Pero, ¿y aquí? Para nosotros, venezolanos, lo que importa es que la banda de Miami, junto al montón de altos funcionarios que actuaron como sus cómplices, violó las leyes venezolanas.
Que tanto ellos –Durán, Kauffman y compañía– como Rafael Ramírez, Tobías Nóbrega y compañía, actuaron en concertación para robar dineros de la Nación a través de toda clase de negocios sucios. Lo del maletín de Antonini es conchas de maní al lado de los millones de dólares que robaron en sus guisos y de los millones que repartieron en comisiones a sus cómplices oficiales.
Este es el punto.
Pero sobre esto precisamente es que las autoridades chavistas se han venido haciendo las locas. Ahora sale la fiscal Ortega, tocando la tecla patriotera, proclamando a Antonini como «traidor a la patria». Lo es, ciertamente, pero no por lo que dice Luisa Ortega sino porque participó de una madeja de guisos para robar los dineros de la patria. Ante la comprobación, asqueante, de la existencia de bandas hamponiles integradas por «empresarios» y grandes caimacanes del oficialismo que han venido saqueando descarada e impunemente el tesoro público, ante la confesión sobre las latrocinios cometidos, a la fiscal Ortega no se le ocurre otra cosa que salirse por la tangente.
Aquí también están en tela de juicio la Fiscalía y la Contraloría. En Miami se han confirmado denuncias hechas en Venezuela sobre varios de estos guisos. Ni la Fiscalía ni la Contraloría jamás se dieron por enteradas. Sólo ha habido una excepción: la imputación a Nóbrega por el caso del edificio del Citibank –más, por lo visto, por la diligencia de un fiscal que de la institución–. Pero ese juicio está dormido; no pasó de la imputación misma. Traición a la patria, en verdad, sería taparse los oídos ante la monstruosa robadera que carcome al mundo oficial.