«No hay nada que destruya a un periodista»
Mario Szichman fue argentino y llegó a Venezuela en 1975. Fue escritor, entre otros libros, de Crónica falsa (1969), Los Judíos del Mar Dulce (1971) y la Trilogía de la Patria Boba (entre 2000 y 2007). Fue colaborador de publicaciones de Italia, Colombia y México. Hizo vida en Caracas hasta 1995. «Quiero devolverle a esa Venezuela que tanto amo algo de lo que me brindó. Y lo hago criticando a este horrendo gobierno que le ha caído en desgracia».
Entrevista publicada originalmente en el diario TalCual el 13 de julio de 2013 y que recuperamos con motivo de su desaparición física el 29 de junio de 2018.
Autor: Elizabeth Araujo
-En su reciente novela Eros y la doncella, usted describe a un Francisco de Miranda sibarita y algo vividor ¿Será esa la imagen que proyectó en los venezolanos de su tiempo el Precursor de la Independencia?
–El Precursor era un sibarita y algo vividor para los españoles, los franceses y tal vez para los británicos de su tiempo. Las mujeres caían rendidas a sus pies. Era lo que los ingleses calificarían de “A strapping felow.” Un tipo corpulento y muy buen mozo. No fue el amante de Catalina de Rusia, pero es evidente que la emperatriz fue una de las numerosas mujeres que lo protegió. Pero los venezolanos de su tiempo no tenían esa imagen. Lo consideraban una especie de Anticristo. Cuando Miranda invadió la Vela de Coro, en 1806, los bien pensantes de su época ofrecieron donativos para quienes lograran su captura. Y cuando capituló ante Monteverde, en julio de 1812, fue entregado a los españoles por jóvenes patriotas, que lo acusaron de traidor. Entre esos jóvenes figuraba Simón Bolívar. Se trata del episodio más vergonzoso en la vida del Libertador. Si los venezolanos quieren reivindicar a Miranda, deberían trasladar sus restos al Panteón Nacional o al menos depositar allí ese excepcional archivo histórico que es Colombeia. Miranda merece ese homenaje, no Hugo Chávez. Pero déjame agregar algo más. Miranda no estaba programado para aparecer en Eros y la doncella. Fue una sugerencia de la profesora Carmen Virginia Carrillo, quien es además la editora de la novela.
-¿Cuánta de esta historia es ficción y cuánto hay de realidad?
–Los principales hechos que narro en mis novelas históricas se basan en lo que podríamos considerar la realidad. Aunque no hay libro histórico exento de ficciones, especialmente los que se producen en América Latina. Pero yo tengo un ardid: busco episodios que ningún historiador ha podido registrar. Por ejemplo, en Eros y la doncella describo el evento donde Danton desentierra el cadáver de su esposa, Louise, en un cementerio de Francia. Danton no estuvo presente en los funerales de su amada esposa, y necesitaba rendirle un postrero homenaje. No hay registro histórico de ese episodio. Pero el novelista puede ingresar en espacios vedados al historiador y reconstruirlos. Por lo tanto, si alguien se quiere enterar de lo ocurrido con la exhumación del cadáver de Louise, y las reacciones de Danton, deberá acudir a un texto de ficción: el mío.
–¿Qué encuentra usted de atractivo de la historia de Venezuela al punto de que le dedica mayor atención en casi toda su obra literaria?
-Nací en la Argentina, un país donde todos los próceres morían de perfil, diciendo frases de una cursilería que todavía hoy me curva los dedos de los pies. Imagina, Elizabeth, que un historiador argentino tuvo la petulancia de poner el título de “El santo de la espada” a un libro sobre San Martín. Nuestros héroes existían de la cintura para arriba. Y de repente, llego a Venezuela, y descubro próceres cuya vida erótica era casi tan interesante como sus hazañas militares. ¡Eran seres de carne y hueso! Hay un solo libro que recomiendo a todos los lectores deseosos por conocer el carácter de Bolívar: El diario de Bucaramanga, de Perú de Lacroix. Allí, el Libertador narra hasta sus visitas a los burdeles de París. Es un héroe muy novelable. Por cierto, en fecha reciente descubrí que San Martín había tenido una amante peruana, Rosita Campuzano. Y por supuesto, la historia de la independencia de la Gran Colombia está plagada de numerosos episodios de descabellado heroísmo. Antes de entregarse a la oligarquía, José Antonio Páez protagonizó hazañas que sólo se encuentran en Homero. Nada de eso encontré en la historia argentina.
–En muchos de esos relatos, usted se descubre como el periodista que es. ¿Es una enfermedad contagiosa el periodismo de la cual resulta difícil curarse?
-Depende del país en que contraes la enfermedad. Trabajé un tiempo como periodista en la Argentina, entre 1971 y 1975. Eran tiempos muy difíciles. Los periodistas eran amenazados de manera constante. Varios fueron asesinados. Muchos de los periódicos, que se decían tribunas de doctrina, censuraban la noticia, o la tergiversaban. Recuerdo que cada vez que le preguntaban a un amigo donde estaba empleado, respondía “Trabajo como pianista en un prostíbulo”. Le parecía esa tarea más digna que confesar su labor en un periódico bonaerense. Pero en Venezuela, era totalmente distinto. Trabajé en diferentes publicaciones en Caracas, entre 1975 y 1980. Nadie me corrigió una coma de mis textos. Conocí personajes como Miguel Angel Capriles, que eran “bigger than life.” Podría hacerse una excelente película sobre ese empresario, basada en sus Memorias de la inconformidad. Algo en el estilo de Citizen Kane. En ese libro don Miguel Ángel contó sin pelos en la lengua los inescrupulosos métodos que usó para adquirir su empresa. Cuando le pregunté cómo se había atrevido a revelar tantos detalles sensacionales, me dijo: “Mi intención inicial era escribir el libro, y después suicidarme. Lamentablemente, a último momento cambié de idea. Pero el libro ya estaba circulando”. En fin, si me preguntas qué es para mí el periodismo, te diré que es el mejor de los afrodisíacos. Afortunadamente, muchas mujeres bonitas comparten ese criterio.
–¿Se hace buen periodismo en la actualidad o, debido a Mr Google y las redes sociales el reportero tiende a ser más perezoso para investigar in situ los hechos noticiosos?
-No hay nada que ayude a crear un buen periodista. Y no hay nada que contribuya a destruirlo. Excepto si le niegan trabajo. Pero me voy a poner solemne por un solo instante: los buenos periodistas buscan la verdad. Y ese sigue siendo el más poderoso de los afrodisíacos. En todas las épocas se hace buen periodismo. Aunque las crisis contribuyen a mejorarlo. Somos como esos zopilotes que prosperan comiendo carroña.
–¿Cuál ha sido su experiencia en EEUU, primero como editor para una agencia noticiosa y ahora como periodista free lance?
-La labor en una agencia noticiosa es muy aburrida. Trabajé como traductor del inglés al español, primero para The United Press International, y luego para The Associated Press. Pero siempre me las arreglé para escribir mis novelas durante momentos muertos. Inclusive trabajé trece años en el llamado Graveyard Shift, el turno del cementerio, de las 11:30 de la noche a las 7:00 de la mañana. Hice cualquier cosa con tal de reservar algunas horas para mi vida familiar, y para mi literatura. Prefiero, de todas maneras, el periodismo de calle. Ser reportero es para mí un absoluto privilegio. La vida es con la gente. Y también la literatura.
–Desde Latinoamérica hay cierta percepción de que el periodismo que se practica en EEUU es infalible y de muy alta calidad. ¿Tiene que ver eso con la formación de la profesión o con el músculo financiero que sustentan empresas como The New York Times o The Boston Globe?
–En líneas generales, se hace buen periodismo en Estados Unidos. Por supuesto, no es infalible. Ni remotamente. Tal vez falla menos que en otros países porque todavía suele respetarse la división entre la parte editorial y la parte periodística. Mi periódico preferido es The Wall Street Journal. Es el primer periódico financiero con sentido del humor. The New York Times está sobrevalorado. El desempeño que tuvo previo a la invasión a Irak fue deplorable. Algunos de sus reporteros estrellas parecían vivir en la isla de la fantasía. Y ayudaron a crear un ambiente favorable a la invasión. Fue la época en que la línea editorial se impuso a la investigación periodística.
–¿Cuáles son, a su juicio, los patrones que definen el periodismo norteamericano, si se le compara con el de Latinoamérica?
-Hablando de patrones, los patrones de los periódicos latinoamericanos tienen mucho más influencia que los patrones en Estados Unidos. Creo que una diferencia notable es en la estructura de la noticia. Los artículos de periódicos norteamericanos suelen ser mucho más cortos que los artículos que se publican en periódicos latinoamericanos. Hay menos solemnidad en la prensa norteamericana. La prensa latinoamericana es bastante envarada y aburrida. En ese sentido, TalCual se salva. Ojalá que siempre conserve el mismo desparpajo. Y por supuesto, en Estados Unidos hay menos uso del material de agencias. Tú examinas diez periódicos latinoamericanos de distintos países, y siempre traen las mismas noticias internacionales. Eso es muy difícil que ocurra en Estados Unidos.
–¿Qué locura es esta del espionaje cibernético que el gobierno ruso está pensando volver a la máquina de escribir?
-Mira, Elizabeth: el hermano mayor nos vigila desde hace muchos años. Lo que a mí me sorprende es que ahora los gobiernos se asombren ante el espionaje cibernético. Yo abro cualquier página en el internet, y de inmediato aparecen las compras que hice por ejemplo en Barnes and Noble, con la recomendación de que haga otras compras. Y ese espionaje lo están haciendo las propias empresas que me venden mercancía. El único consuelo que me queda es pensar es que si nos espían a todos, ya no pueden espiar a nadie.
–Por cierto, este tema casi tabú de la verdad viene ahora a derrumbarse con las revelaciones de Snowden de que Washington pinchaba hasta a media Europa.
-De nuevo, me asombra que alguien se asombre.
–¿Qué ha pasado con el Obama que hasta recibió de manera prematura el Premio Nobel de la Paz y ha ido desdibujándose tanto que hasta parece repetir la fórmula de George W. Bush en materia de política exterior?
-No quiero hacer publicidad a mis libros, pero en uno de ellos, El imperio insaciable, señalé cómo Obama era la profundización del gobierno de Bush en todo lo que se relacionara con la seguridad nacional. Un ejemplo es la persecución a los whistleblowers, aquellos que dan el pitazo cuando algo funciona mal en una dependencia del gobierno. Los procesos a esas personas que denuncian fallas en la administración se han acentuado durante el gobierno de Obama.
–¿Por qué para el público estadounidense el soldado Manning y el ex agente Snowden no son unos héroes al estilo hollywoodense?
-Porque todavía no han hecho películas sobre ellos. Pero hay una fuerte corriente de simpatía hacia Manning y hacia Snowden. No será la mayoría del pueblo norteamericano, pero se trata de sectores muy lúcidos. Y que tienen peso en la opinión pública.
–En muchos de sus artículos, a pesar de que escribe desde Nueva York, hace alusión a la situación política en Venezuela. Hay una pasión que parece hasta desmedida. ¿Por qué?
-Venezuela es mi patria adoptiva. En Venezuela aprendí a escribir. En Venezuela me hice periodista. Mis amigos venezolanos nunca me abandonaron. Una universidad venezolana, el núcleo Rafael Rangel, en el estado Trujillo, se ha convertido en una generosa alma mater en que se discuten mis novelas. Nadie me trata como un musiú. Quiero devolverle a esa Venezuela que tanto amo algo de lo que me brindó. Y lo hago criticando a este horrendo gobierno que le ha caído en desgracia. Mi oración cotidiana, aunque no soy religioso es: “Dios mío, que Venezuela emerja de esta pesadilla”. Ojalá que el país pueda volver a ser un ejemplo de progreso y de convivencia para el resto de América Latina. Por ahora, con Nicolás Maduro, sólo está garantizada la vida eterna. Pues si Venezuela sigue así, sus habitantes pronto no tendrán donde caerse muertos.