No son dos sino tres Venezuela que coexisten, por Ángel Monagas
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Cuánta razón tenía Alberto Barrera Tyszka, cuando en Marzo del 2017 nos hablaba de las dos Venezuela.
Cito: «También las relaciones internacionales dependen de la fe. Una experiencia tan frágil y misteriosa sostiene en buena medida la geopolítica del planeta. Todo parte del mismo principio: confiar en el otro. Aunque sea mínimamente. Creer o suponer que el otro está diciendo la verdad. Cuando los funcionarios del gobierno de Venezuela declaran en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra, la mayoría de los venezolanos necesitamos una traducción simultánea. No entendemos nada de lo que dicen. Ellos hablan de otro país, de un país que no conocemos, que no existe. Los vemos y escuchamos y solo quisiéramos tener la oportunidad de ponerle subtítulos a sus palabras para que el mundo lea la realidad que no pronuncia nuestro gobierno».
La descripción del afamado periodista ocurre actualmente cuando escuchamos a muchos políticos, fundamentalmente los que forman parte del gobierno chavista, hablando del país que «mejora».
En este punto no me refiero a ello, aunque sigue ocurriendo. El análisis me surge cuando observo el resultado electoral del plebiscito de Chile. El primer resultado con menos del 1% era el producto de los votos en el exterior. Allí ganó la aprobación del proyecto constitucional. Al empezar a recibir y escrutar los votos dentro del país, la realidad fue otra.
Era lógico que los «inmigrantes» chilenos, votaran contra la vigencia constitucional. El 99% de ellos, provienen de los que huyeron cuando Pinochet. Sus hijos, sus nietos, han recibido esa herencia histórica.
Ese chileno, de izquierda la mayoría, no tomará en cuenta el milagro económico de Chile, sino los más de 11 mil desaparecidos durante esa dictadura. El costo del desarrollo chileno fue muy alto.
La situación venezolana es distinta
La nación en estos 23 años de régimen ha empeorado económicamente. Los niveles de hambre, de desnutrición, de malos servicios y condiciones de vida son alarmantes. Los más de 6 millones de inmigrantes en un 80% se ha ido por propia voluntad huyendo de la pobreza, del desespero de no avanzar, de haber perdido su calidad de vida. Cuando señalamos «por propia voluntad» debemos aclarar, que no es meramente un capricho. No los persigue la policía, si las consecuencias de tener un país inseguro en manos de la delincuencia.
Imposible desarrollar actividades al aire libre, sin el miedo presente. Ese temor permanece en nuestra «psique» y cuando migramos es nuestra sombra. Cruzar una calle oscura, andar libremente con el celular, etc., en Venezuela es turismo de aventura. Las probabilidades de enfrentar la violencia de un robo, un «atraco», son más que obvias.
Un joven no encuentra motivos para llenarse de esperanzas y si es profesional el pesimismo, la angustia es peor. Trabajadores públicos, docentes, pensionados, no tienen consuelo.
Para el venezolano son tres realidades: La primera. Construida por los intereses de un grupo que dice «Venezuela está mejorando». La segunda, la que viven los que no tienen recursos ni relaciones con el gobierno. Sufren el día a día. Cuando no es el problema eléctrico, es la inseguridad, el cobro de vacunas, la inflación, el agua que nunca llega, la gasolina, el pasaje en dólares, entre otros. No tienen conectores con el sector político. No se sienten representados.
Dentro de este segundo grupo, muchos sin estar preparados, asumen el riesgo de emigrar. Les puedes explicar los riesgos, lo peligroso y te dirán «peor es quedarse en Venezuela». Prestan, venden, como sea, emprenden el viaje al sueño americano fundamentalmente y caen en las garras «de las mafias» para después llorar.
La tercera realidad, somos los que estamos fuera. Los que despertamos del sueño americano que nos vendieron y al llegar comprendemos que, como cualquier país desarrollado, el trabajo, la constancia, la reducción del papel benefactor del estado, es lo que nos permitirá mejorar nuestros niveles de pobreza. Me decía un amigo que llegó de manera «ilegal», por México «sabemos que este no es el paraíso, sino Esclavos Unidos de Norte América». «El asunto», le respondí, «es que hay quienes, en lugar de adaptarse al país, pretenden lo contrario y de allí viene la fatalidad, la inadaptación».
En Venezuela exiges ser mantenido por el gobierno de turno, en cualquiera de sus niveles y te haces preso por una «bolsa clap», por un «bono de la patria», etc.
Somos venezolanos
Tenemos derecho a hablar, los venezolanos en el exterior. Muchos señalan que no tenemos ese privilegio, a menos que regresemos. Yo les respondo «Sigo siendo venezolano. No he perdido la nacionalidad». De hecho, los mayores de 50 años, físicamente estamos aquí, espiritualmente seguimos allá.
Empero, los que estamos en el exterior antes de hablar, hagamos un análisis «empático», pongámonos en el lugar de los que libran día a día la batalla por sobrevivir. De esta ponderación depende fundamentalmente la concertación ciudadana, como diría Cesar Pérez Vivas.
No hay espacios para criticar al que está allá. Tampoco para el que se fue. Si para el que dice que «Venezuela está mejorando». La única diferencia entre está última Venezuela y la que existe, es que a juicio de los que están allá, «es menos mala». No es la mejor ni la deseable. No podemos seguir jugando al «menos malo» como ha venido sucediendo en América Latina en los últimos años.
De lo que sí estoy seguro es que como decía Albert Einstein, haciendo lo mismo, no vamos a conseguir resultados distintos. En criollo venezolano le estamos pidiendo a «Santos viejos que hagan milagros nuevos».
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