O Dictadorzinho, por Teodoro Petkoff
Con el estilo mojapendejos que es rasgo idiosincrático de los brasileños y que él encarna de maravilla, el presidente Lula dijo: “No creo en la palabra insustituible. No existe nadie que no sea sustituible o que sea imprescindible. Cuando un dirigente político comienza a pensar que es imprescindible, que es insustituible, comienza a nacer un dictadorzinho (un dictadorcito) ”. Obviamente tenía en mente al único político latinoamericano que proclama a voz en cuello que es insustituible, que sólo Él, El Inmarcesible, puede gobernar a su país. Lula, pues, estaba mirando a su colega Hugo Chávez. No le decía perro pero le mostraba el tramojo —como decían los venezolanos de antes, para referirse a este tipo de alusiones oblicuas, como la de Lula, el cual, sin querer queriendo, clavó a Chacumbele en la pared.
Y eso que Lula no había oído el Aló Presidente del domingo pasado, en el cual nuestro megalómano alcanzó niveles delirantes, valga la redundancia. Lula no lo oyó decir, por ejemplo que Venezuela es como un cuadro y que el único que puede pintarlo es Él, Yo-El-Supremo. “Si yo entrego el pincel —decía, absolutamente en trance—, otra persona alterará los colores del cuadro”. Con lo cual bastante explícitamente dice que ninguno de sus compañeros de la asonada el 4F es capaz de llevar adelante esta mamarrachada que él denomina “revolución”. Ya lo saben, pues, Diosdado, Jesse, Vielma Mora, Juan Barreto y demás gonfaloneros del capo: ustedes han sido condenados al rol eterno de segundones. Pueden irse bajando de la nube: en la lotería de la presidencia ustedes no tienen quinticos comprados.
Por supuesto, la idea de partido, de una organización que lleva adelante un proyecto, lo aplica y desarrolla, le es completamente ajena a Chacumbele. Ni le pasa por la cabeza que la continuidad del proyecto político está dada por el partido. Por eso para Él, Yo-El-Supremo, el PSUV es una concha de maní. Lo concibe como una máquina electoral para que lo reelija una y otra vez. Tal como concibe a la FAN como un garrote para partir las cabezas que duden de su imprescindibilidad. De paso, tampoco entiende la diferencia entre el régimen parlamentario y el presidencialista y por eso repite (no por viveza sino por pura y simple ignorancia) esa bolsería de que en Europa existe la reelección indefinida.
Tampoco lo oyó Lula cantar aquello de “con lo mío, mío, mío, con lo mío no se metan”, aludiendo a que la reforma es de Él, sólo de Él y que esa obra “perfecta” (así la calificó, con su proverbial modestia), mejor es que no se la toquen. Como quien no quiere la cosa sentó las bases para la homóloga de la infabilidad papal: la infalibilidad chacumbeliana. Pronto lo oiremos, autojalándose, declarando que Él —como dijera de Fidel Castro aquel baboso de Alejo Carpentier—, “nunca se equivoca”. Cómo descoca el poder, carajo.