Ojalá sea verdad, por Teodoro Petkoff
Como era previsible, el incidente colombovenezolano – este incidente- quedó definitivamente zanjado con la minicumbre Chávez-Uribe. Seguramente se producirán otros momentos de tensión, porque siempre es así entre vecinos –sobre todo entre aquellos que tienen, cada uno, problemas propios que de vez en cuando chispean al otro-, pero la solución del lío creado por el caso Granda revela la formidable fuerza de los vínculos estructurales existentes entre ambas naciones. Más allá de las aguas históricas comunes en las cuales abrevan ambos pueblos, más allá, incluso, de peligrosas contingencias coyunturales, se han venido desarrollando en las décadas recientes vínculos económicos y comerciales tan sólidos y necesarios para ambas partes que pesan mucho a la hora de superar diferencias. Por otra parte, el proyecto del gasoducto transcolombiano importa tanto a los dos países, y en particular al nuestro, que resultaba muy cuesta arriba imaginar que pudiera ser sacrificado en el altar del “canciller” de las FARC. Cómo lo dijimos desde el comienzo, mucho ruido y pocas nueces.
Uribe no se disculpó públicamente, pero vino a Caracas, lo cual es, obviamente un gesto de buena voluntad, y ambos presidentes ratificaron lo ya dicho anteriormente. El nuestro se compromete a impedir que el territorio venezolano pueda ser utilizado por grupos irregulares colombianos para sus fines; el de al lado, garantiza que casos como el de Granda serán manejados conforme a la ley internacional. Por ahora, el tema está demasiado fresco como para que alguno de los dos gobiernos pueda permitirse el lujo de transgredir los acuerdos alcanzados. Pero es obvio que una frontera tan volátil y porosa requiere de algo más que retórica para que ella no sea fuente de nuevos conflictos. Se precisan mecanismos de mutua cooperación tanto en el plano policial como el militar muchos más estrechos que los existentes hasta ahora.
Internacionalmente, ambos países salieron bien librados. La solución fue alcanzada con la colaboración de otras cancillerías de la región, incluyendo la decisiva intervención intervención de Fidel Castro, lo cual refuerza la voluntad y la capacidad de Latinoamérica para hacer frente y resolver sus asuntos sin la, por lo general, inconveniente injerencia de Estados Unidos –la cual, por cierto, en este caso, aunque breve, fue característicamente torpe. Sobre los problemas de fondo (presencia de guerrilleros colombianos en nuestro territorio y actuación indebida por parte de Colombia para apresar a Granda), ninguno de los actores internacionales tiene mayor interés en revolver las aguas. Es un asunto bilateral, que se deja en manos de Venezuela y Colombia, a quienes corresponde afrontarlo con medidas prácticas y eficaces, que den sustantividad a los discursos presidenciales. La lección para Chávez es que es de su máximo interés impedir que el conflicto colombiano contamine a nuestro país y a su gobierno. Cómo seguramente se lo hizo notar ese personaje a quien The Washington Post denomina “curioso pacificador” (curious peacemaker): Fidel Castro.