Olaf Scholz, entre la guerra y el precipicio, por Fernando Mires
El canciller de Alemania Olaf Scholz ha adquirido una buena costumbre. Cuando arrecian las críticas a su gestión, por ejemplo en el transcurso de la guerra de la Rusia de Putin a Ucrania, escribe textos en donde presenta de modo claro y preciso la posición de su gobierno. Esa posición puede ser compartida o no. Pero nadie podrá acusar a Scholz de carecer de una línea frente a la agresión de Putin.
Como el experimentado político que es, Scholz sabe imprimir el tono adecuado a la música de sus mensajes. En el caso de su más reciente artículo el tono comienza con un título radicalmente anti-diplomático. «Porque fracasará el brutal imperialismo de Putin». Evidentemente, el título busca dar cuenta de la profunda enemistad que siente Scholz hacia Putin. Pero su mensaje no está dirigido solo a Putin sino también a quienes en Europa acusan a Scholz de ser un apaciguador, una especie de Chamberlain alemán intimidado frente a la amenaza que representa Rusia a Europa. Scholz intenta mostrar, por el contrario, que para él, Putin es un enemigo existencial.
Definitivamente Scholz no es un Chamberlain. Pero tampoco vamos a decir que es un Churchill. No puede serlo entre otras cosas porque, si bien Putin amenaza a toda Europa, no ha traspasado todavía los límites de Ucrania. Luego, a diferencias de un Chamberlain, y en cierto modo, un par de centímetros más cerca de un Churchill, Scholz intenta señalar que el compromiso de Alemania con Europa es total y que a la menor intervención en contra de algún país miembro de la OTAN, Alemania movilizará todos sus recursos militares para asumir su defensa. En ese sentido Scholz comunica que se mantiene consecuente con el, por él mismo formulado, «cambio de los tiempos» (Zeitenwende) sobrevenido desde el momento en que Putin decidió invadir a Ucrania.
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Alemania se está rearmando a pasos acelerados en contra del imperialismo brutal de la Rusia de Putin, informa Scholz. Sin imponer una economía de guerra, el 2% del PiB (puede subir) dedicado a los gastos de defensa, sumado el mismo porcentaje asumido por los demás países europeos, hará de Europa, no solo una unidad económica, sino una potencia militar de primer orden, un continente convencionalmente armado, no sujeto al mal o buen humor de los gobiernos norteamericanos. Como deja entrever Scholz, Europa será un espacio geográfico donde surgirá, como objetivo a corto plazo, un bastión de defensa en contra de amenazas extra- europeas. Con o sin Trump.
La nueva Europa será producto de un Zeitenwende que no buscó Europa pero que asumirá porque, entre otras cosas, no tiene más alternativas que asumir. La otra alternativa, la deja claro Scholz, sería dejarse intimidar por Rusia. Pensando en términos estratégicos, Scholz propone contrarrestar el plan de Putin cuya tesis dice que más temprano que tarde los países europeos, cansados de apoyar a una guerra sin fin, comenzarán a bajar la guardia frente al enemigo común. Por eso, insiste Scholz, la asistencia militar a Ucrania es un punto fundamental en la estrategia dirigida hacia Rusia.
Alemania y Europa no solo apoyan con más dinero y material de guerra a la heroica gesta de los ucranianos –insiste Scholz- además la OTAN ha sido fortalecida, posee más países miembros que antes y cuenta con ejércitos poderosos y modernizados con los que no calculaba Putin.
Sin embargo, lo que no aclara Scholz en su texto es si la defensa de Ucrania será concebida solo dentro del marco de una guerra de contención o si el objetivo deberá ser expulsar definitivamente a Putin de Ucrania. Gruesa omisión. Justamente ese es el tema que separa a Scholz de la mayoría de la coalición que el mismo preside. En los términos de Scholz, el objetivo debe ser «impedir que Putin gane en Ucrania». Pero nunca ha dicho Scholz «el objetivo es que Putin pierda en Ucrania». No es lo mismo. La zona de ambigüedad discursiva en torno a la guerra sigue presente en las palabras de Scholz y las críticas, después de haber escrito su artículo, no amainarán.
El diputado verde Anton Hofreiter lo ha dicho muy claro: la estrategia de Scholz es apoyar con fuerza a Ucrania, pero no lo suficiente a fin de no cerrar definitivamente el hueco para eventuales negociaciones con Putin, las que de acuerdo a la opinión de los politólogos «realistas» de Europa y de los EE UU, deben pasar por la cesión a Rusia de determinados territorios ucranianos a fin de que Putin no tenga que presentarse ante el mundo con la cara de un perdedor. El problema, y eso lo sabe mejor que nadie Scholz, es que hasta ahora Putin no parece dispuesto a negociar porque probablemente imagina que puede conseguir más y más y más.
Probablemente Scholz conoce ese peligro, pero -y este parece ser el meollo de su pensamiento- él no puede ni debe poner en juego la seguridad de Alemania antes de que Putin pase a una ofensiva más directa en contra de algún país de la OTAN. Sus críticos opinan en cambio, y no sin razón, que si Alemania no ayuda aún más intensamente a Ucrania, Putin se sentirá animado para escalar más allá de Ucrania. La «Real-Politik» no siempre es muy real.
En síntesis, en su artículo Scholz no responde directamente a dos puntos en discordia: 1. Enviar o no más material ofensivo y no solo defensivo de lucha, entre ellos los siempre mentados tanques Leopard. 2. Aceptar definitivamente que Ucrania, si quiere defenderse, está obligada en determinadas ocasiones a atacar a Rusia en sus propios territorios pues los misiles de largo alcance lanzados hacia Ucrania provienen desde territorio ruso.
Bajo la luz de su bien formulado texto, podemos por el momento deducir que Scholz intenta conducir el potencial de guerra alemán a través de un sendero centrista, lo más lejos posible del precipicio. Su posición frente a Putin es frontal, pero no descarta pasar a una posición tangencial si es que Putin llega a entender alguna vez que su guerra carece de destino. En cualquier caso, la de Scholz no es exactamente la misma posición que la del ex canciller Schröeder, abiertamente pro-Putin, con oscuras ramificaciones dentro del partido socialdemócrata.
El propósito de Scholz concuerda más bien con las discutidas palabras de su hombre de confianza, el presidente de la fracción socialdemócrata en el parlamento Rolf Mützenich quien ha planteado «congelar o por lo menos enfriar la guerra en Ucrania». Así lo expresó Mützenich: «¿No es el tiempo en el que nosotros no solo debemos hablar acerca de como se conduce una guerra, sino también de reflexionar como se puede enfriarla para después poder terminarla?» La pregunta es válida. Pero solo si Putin estuviera suplicando a Europa un armisticio, algo que dista mucho de ser verdad.
«La promesa más fundamental que cualquier gobierno debe a sus ciudadanos es velar por su seguridad y protección en todas sus dimensiones», escribe a su vez Scholz en su artículo en The Economist. Nadie, con un mínimo de cordura, puede estar en desacuerdo con esas palabras. Scholz es antes que nada gobernante de Alemania. Su obligación es mantener a su país lo más lejos posible de una guerra que podría ser apocalíptica. Desde un punto de vista alemán, e incluso europeo, la posición de Scholz es moral y políticamente inobjetable.
Con los objetivos trazados por Scholz está de acuerdo la mayoría de la clase política alemana. Desde una óptica puramente alemana y europea, Scholz parecería entonces tener razón. El problema es que, la iniciada con Putin, no solo es una guerra geográfica o territorial sino, como no se ha cansado de señalar el propio dictador ruso, una guerra de dimensiones globales. Putin, más que ampliar los límites de Rusia, busca derrotar al Occidente político, sobre todo a los EEUU, en Europa. Rusia es más que Rusia y Europa es más que Europa. Desde esa perspectiva Putin no cesará de mantener una guerra a Ucrania ni de amenazar a sus aliados europeos si cuenta con el apoyo directo (sí, directo) de Beijing y de Teherán.
Tijereteando la dimensión de la guerra a Ucrania –es lo que hace Scholz– o enmarcándola solo en un radio puramente europeo, vemos a Rusia como un adversario incapaz de sostener la presión económica y militar de una Europa unida. Pero si ampliamos el enfoque vemos por el contrario que la brutal guerra de Putin es parte de un proyecto antioccidental donde Rusia ni siquiera es el actor principal.
Justamente en ese punto el ex ministro del exterior alemán Joschka Fischer parece haber entendido la real dimensión del conflicto en un artículo publicado un día antes de que Scholz publicara el suyo. Escribió Fischer: «Tras el fracaso del ejército ruso de apoderarse de Kiev o de lograr la mayoría de sus otros objetivos en 2022, la guerra se ha prolongado, poniendo al Kremlin en una confrontación cada vez más intensa con los gobiernos occidentales. Estos últimos ven el ataque a Ucrania como simplemente el comienzo de un esfuerzo más amplio para desafiar la hegemonía occidental, mientras que Putin lo ve como una forma de revisar el resultado de la Guerra Fría y recuperar el estatus de Rusia como potencia mundial». (…..) «Si bien los delirios de grandeza de Putin obviamente contrastan con la política más cuidadosa de China, su reciente visita a Beijing sugiere que la relación chino-rusa se está fortaleciendo. Con el surgimiento de un bloque autoritario que abarque el norte de Asia, la crisis en Ucrania podría convertirse en una confrontación global a gran escala».
En otras palabras: si la guerra de Rusia a Ucrania fuera solo un conflicto inter-europeo, Scholz tendría toda la razón del mundo. Pero si pensamos en global, sus posiciones son muy discutibles. Putin no va a abandonar nunca la guerra a Ucrania sabiendo que esa guerra es decisiva para el proyecto anti-occidental. No hay ninguna otra alternativa entonces aparte de impedir la victoria de Putin en Ucrania. Ahí Scholz ni nadie puede hacer concesiones. Europa no puede sino dejar claro a Rusia, con hechos primero, y solo después en las palabras, que ganar esa guerra invasora es una imposibilidad no solo militar sino también política. O dicho así: solo derrotando a Putin en Ucrania, Europa y todo el Occidente pueden convencer a China y otras potencias que invertir en la criminalidad de Putin carece de sentido estratégico.
No se trata por cierto de que EE UU y China deberán resolver la guerra de Rusia a Ucrania a espaldas de Europa. Se trata solo de que no podemos pensar en esa guerra sin perder la perspectiva de su globalidad. Y desde esa perspectiva no piensa Scholz.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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