Omelette tubores, por Manuel Narváez

Mi papá tenía una sonrisa espléndida, amplia como la del gato de Cheshire, pero sin asomo de malicia; en el caso paterno, era bonhomía pura. Le gustaba cocinar, especialmente los desayunos de fin de semana. Lo hacía sin mucha técnica y no pocos estropicios, pero siempre con jubiloso e impaciente apetito y, a veces, con resultados sorprendentes. Recuerdo uno de aquellos domingos en que presentó el plato principal diciendo: “Omelette Tubores”. Sonriendo explicó: “Tubores, llamo así a esta tortilla porque es el municipio neoespartano donde abundan los erizos».
Elaborar una tortilla requiere huevos, los cuales, evidentemente, deben romperse. A finales del siglo XVIII surgió en Francia la expresión “on ne fait pas d’omelette sans casser des oeufs” que en español se convirtió en “no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos”.
Su significado es muy claro: para alcanzar los objetivos deseados es necesario asumir los costos y, en situaciones extremas, coraje para tomar decisiones dolorosas.
Durante la Venezuela rentista creímos que podíamos eludir las decisiones difíciles, sortear los dilemas existenciales en los que detrás de la escogencia, como la otra cara de la misma moneda, había renuncia, pérdida, sacrificio. Apoyándonos en el maná petrolero diferíamos decisiones incómodas, aunque tuviéramos conciencia de su importancia, pertinencia y urgencia.
Preferíamos el paraíso artificial de la “ilusión de armonía” que financiaban los petrodólares. El apogeo de esa ingenua prepotencia (improvisábamos y errábamos) se produjo con aires tragicómicos durante el boom petrolero 2004-2012 cuando Don Regalón rompió el saco. Después vino el diluvio.
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Los tiempos cambiaron. Hoy en día postergar, diferir, aplazar, procrastinar; provocan daños que no encuentran alivio en el menguante ungüento bituminoso. Cada día que pasa es más pobreza, más hambre. Entiendo que el presidente Guaidó, para propiciar la unidad de unas fuerzas opositoras (incluidos los países que nos apoyan) tan heterogéneas, se ha visto forzado a manejar un discurso que en ocasiones resulta ambiguo. Sin embargo, creo que llegó el tiempo para las grandes decisiones, para los anuncios trascendentes. Inevitablemente, hay que romper algunos huevos.