¿Otro minuto de silencio?, por Teodoro Petkoff
Los partidarios del Presidente deben estar desconcertados. Un día lo ven y oyen lanzando los insultos más brutales contra Álvaro Uribe y al día siguiente lo ven y oyen entregándole «no sólo mi mano sino mi corazón», como le dijera en Brasilia, cuando lo buscó para sugerir un nuevo (y ojalá definitivo) «armisticio». ¿Cómo entender esta conducta tan contradictoria? No vamos a ejercer ilegalmente la profesión de psiquiatras o psicólogos, así que no nos adentraremos en los meandros de esa complicada personalidad.
Aunque, tal vez, la explicación podría ser mucho más prosaica: milagros que hacen las computadoras. Ya lo dijimos una vez: algo debe saber el Presidente sobre lo que Raúl Reyes salvaba en sus laptops que los demás no sabemos, pero que lo tornan de pronto conciliador.
Ahora Chávez debe estar preguntándose qué hacer. ¿Después de haber entregado mano y corazón a Uribe va a enviar condolencias a las FARC, imitando a Daniel Ortega? Menudo dilema. Pero, tal vez esta sea la o p o r t u n i d a d para que Chávez rectifique de plano su desastrosa política respecto de las FARC y del conflicto colombiano. En este ámbito todo le ha salido mal y ha comprometido severamente las relaciones internacionales de nuestro país. Nadie puede entender cómo el Presidente se ha asociado con una organización que está alzada contra un Estado con el cual el nuestro mantiene relaciones diplomáticas normales –tan blindadas, por lo demás, que han resistido hasta ahora, todas las intemperancias de Chávez. Pero, encima de esto, esa organización ha evidenciado hasta la saciedad que sus «negocios» y sus métodos son incompatibles con cualquier propósito de cambio social, por revolucionario que quiera ser. De hecho, hasta él mismo se ha sentido obligado a expresar alguna que otra vez su desacuerdo con la política del secuestro. ¿Cómo es posible que en el altar de una sedicente política «revolucionaria» y «anti-imperialista» se haya podido obviar este «detallito»? Seguramente en las FARC se abre ahora un periodo de crisis. Es imposible que la desaparición de su líder histórico no vaya seguida de alguna reflexión y, lo más probable, de profundas desavenencias internas. Mas, usualmente, las crisis son también momentos de nuevas oportunidades. En Colombia las habrá, sin duda. Para Chávez la ocasión también la pintan calva. Sacar las manos de ese conflicto –y licenciar de paso a Rodríguez Chacín, emblema público de esa catastrófica política– es la mejor manera de contribuir a que Colombia pueda encontrar, al fin, las soluciones, mezcla de lo político y lo militar, para este conflicto que desde hace medio siglo desgarra a su sociedad y que, de alguna manera, ha mistificado las todavía vivas razones sociales y políticas que alguna vez le dieron origen. Porque hay una Colombia profunda que del estallido de la paz, si se diera, también espera justicia.