Pajaritos en el aire, por Leandro Area P.
Twitter: @leandroarea
Ni que fuera sábado chiquito o puente extendido de fiesta patria y estuviéramos a la orilla de mar guarachero, Cheo García, pero el título cantor y caribeño escrito en letras de neón y popelina que aquí canta, es el primero que se viene a la mente cuando me pongo a pensar en el tema, letra, cadencia y desenlace, de mi artículo de opinión de esta semana.
Y ello, en el fondo —que a veces no es más que superficie—, provoca un inmenso sentimiento de engorroso malestar, casi que de psiquiátrica culpa, por esos cuestionamientos que todo hombre de letras o escribiente —terror al qué dirán— se hace frente a supuesto público lector, comenzando por uno que no se vaya a creer es quien escribe e imagino se lee pensando en los que bailan.
Porque cómo es posible que habiendo tantos temas y platos fuertes sobre mesa y manteles, así los nacionales y los internacionales, así los mundiales y más allá, galácticos o microbianos, que son los vinculados al destino mismo de la humanidad en este momento de la historia, tu mente escoja —sí, la tuya, ella que es la que lo decide casi todo y de su cuenta, pero de nuestro riesgo— ese título evasivo y casi que burlón y guapachero que sirve de cubierto, que dadas las circunstancias pareciera al menos discordante y tan fuera de tu foco acostumbrado de imagen y atención bibliográfica.
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No te parece un poco irónico y sarcástico, pero sobre todo irresponsable y descocado sacarle en apariencia el cuerpo al público por razones personales que a nadie debieran importar, cansancio tuyo se supone, hartazgo existencial y despacharte así no más de un plumazo —o de dos— la oportunidad de decir y apuntar sobre la realidad vigente y denunciar —otra vez y hasta el cansancio como toca— lo que la cruda vida enseña, y describir una situación, fotografiar posibles responsables, proponer y propiciar una salida, decir algo vibrante y adecuado tal vez.
Y, aparte, porque subrayo que es una descortesía eso de venir así de ok como si nada y echarnos ese balde de agua helada encima y ni siquiera alegrarnos el día como esperábamos, dejándonos con los crespos hechos, a los de cierta generación de riesgo como tú y como yo, y alegrarnos la vida, aunque sea un instante con los aromas del tiempo, amores, olores, sabores y texturas que ese título coqueto evoca en nuestro inconsciente musical colectivo. O chico: es que si tú no tienes remedio ni perdón, ponte hacer otra cosa.
Porque si te estoy leyendo no es por ti, es por el título, porque me pareció atractivo, sabroso, cariñoso, constituyente y empático para con el lector, distinto a esos ladrillos repetidos y mudos llenos de jeroglíficos y distancias que se redactan para públicos que les saca el cuerpo aunque no diga, porque está hasta la coronilla de lo que ocurre en el país, en el barrio, en la familia o en el alma, escenario donde ocurren los mayores desastres del universo; porque se desgañita a cada rato y no encuentra respuesta, porque no tiene plata en el bolsillo para hoy ni futuro que imaginarse para mañana, porque ni siquiera el presente existe sino una escalera inútil porque no lleva a ningún sitio, enjabonada a propósito de problemas y mentiras sin fin; qué pandemia ni qué pandemia. Porque, fíjate tú que a lo que hemos llegado y el gobierno feliz, es a un cansancio provocado, inhumano, calculado por y desde el poder.
Por eso es que tanta gente anda achantada, descreída, persiguiendo si se puede «el demonio fugitivo de los minutos felices» como decía Baudelaire, para que tú veas, que uno también tiene su tumbao y yo lo traduzco aquí bailando a mi manera.
Y entonces uno se encuentra con un título como el tuyo y se deja atrapar buscando el país que se le perdió en algún cruce de caminos, mala jugada, cosas que pasan y resulta que se da cuenta de que la nostalgia es una calle ciega y se da vuelta y no sabe dónde regresar porque las calles que nos vieron nacer y jugar, trabajar y soñar, amar y más amar, ya no existen, ya no me reconocen ni yo a ellas, nos las robaron los malandros del barrio. Sabrá Dios cuántos le estarán pintando ahora pajaritos en el aire.
Aunque viéndolo bien creo que eso parece pero no es. La verdad y sacando cuentas es que hay mucho por hacer y los pajaritos en el aire, los papagayos de la ilusión y de la esperanza, deben estar a pesar de todo alumbrando puertas que parecen cerradas, que parece. Siga escribiendo amigo que algo deja.
Leandro Area Pereira es escritor, profesor y diplomático.
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