Palito mantequillero, por Simón Boccanegra

Lo de Montesinos está tomando un giro siniestro. Como si no hubiera sido suficiente la comedia de equívocos protagonizada por José Vicente, Miquilena y Dávila con lo del caso Ballestas, cuando, cual «los tres chiflados», tropezaban el uno con el otro y se daban coscorrones entre sí, ahora es el propio Miquilena quien tropieza con Miquilena. De lo que dijo y se desdijo, una cosa emerge con transparencia: el viejo ya tiene claro que aquí hay un gato enmochilado. No hay duda alguna de que el delincuente peruano estuvo (si es que no está) aquí. Aunque todo es posible, es muy difícil imaginar que esa presencia haya podido tener lugar sin algún grado de protección de las esferas del poder. Este no es el caso de Ballestas. Montesinos no entra a Venezuela, con pasaporte venezolano, se aloja en un hotel y se opera la cara, de no haber contado con la relativa certidumbre de que podía hacerlo sin correr peligro. Esa certidumbre sólo podía provenir de contactos con niveles muy altos en algunos círculos del poder. Alguien garantizaba la seguridad del tipo. Ya Miqui se sacudió el muerto. Dijo que él no era ministro cuando todo esto ocurrió. ¿Quién entonces? El círculo comienza a cerrarse.