Para entrar a EEUU, por Simón Boccanegra
Este minicronista para entrar a Estados Unidos debe pasar invariablemente por la oficina de la guardia de fronteras. Tengo cuarenta años calándome esa pepa, salvo los períodos en que les ha dado por retirarme la visa durante algún tiempo. Mi visa, que, insólitamente, debo renovarla cada año, está marcada por unos numeritos que corresponden a los ordinales y numerales de las distintas leyes «antiamericanas» que me clasifican como un «enemigo» del imperio, que debe ser chequeado cada vez que pisa ese suelo. He tenido dos incidentes graves con los policías cubanos en Miami (por ahí no entro más) y con un chicano en Houston, porque los latinos son los peores.
Pero en general, me hacen unas preguntas tan pendejas como por ejemplo, cuántos dólares tengo en la cartera o a qué voy. Formalidades bolsas, completamente sin sentido, pero que revelan bien porqué es que los gringos se equivocan tanto, en y con Latinoamérica. A este respecto existe una burocracia estólida y estúpida, impermeable a los desarrollos políticos que se dan en el continente y en el mundo, que ha llegado a los extremos de negar la visa al actual ministro de la Defensa de Uruguay porque fue tupamaro. Pero eso no tiene remedio. Echo este cuentico porque el asunto fue noticia recientemente, debido a que Vladimir Villegas, quien iba en el mismo viaje, observó el procedimiento. Pero no constituyó ningún momento excepcional. Cada vez hay que pasar por ese procedimiento, protagonizar un peo dependiendo del policía que te toque o salir rapidito si hay un hombre sensato del otro lado del escritorio, que sella el pasaporte sin preguntar nada. Pero el punto interesa no por lo personal sino por lo que revela sobre la torpeza de la política gringa a este respecto. Andrés Oppenheimer escribió alguna vez un reportaje, refiriéndose a mi caso y al de un líder árabe moderado, a quien incluso devolvieron del aeropuerto. Pero los gringos no quieren oír. Por eso pelan tanta bola.