Partir, por Fernando Rodríguez
He escrito y leído muy pocas críticas sobre poesía y eso que no solo me he especializado en esta vida, «en generalidades» sino que he osado perpetrar algunos “versos” y tener el valor de publicarlos. La razón que me asalta la mente al respecto es que en general he leído críticas que son poesías sobre poesías. Y en el caso de la poesía hermética, de la del anverso de la palabra, más del símbolo que del referente me topo que se multiplican exactamente por dos las dificultades de lectura y termino empalagado de la excesiva ración de efluvios de lo sublime (inalcanzable para Kant) y más confuso con el sentido buscado. O, por el contrario, cuando se trata reducirlas a teoremas matemáticos, vía cálculos estructurales o acertijos lacanianos. Hay un punto medio que sí ayuda, a veces incluso una frase o un adjetivo sensato, que contribuye a poner en un camino prosaico el desbordante caudal lírico. Por aquí cerca, Paz, Octavio y Sucre, Guillermo.
Un amigo mío poeta llegó a una simple, aguda y algo chata estética poética que a mí me gusta recordar y que dice que la poesía que vale es la que dice algo, la que tiene buena cantidad de prosa. Nicanor Parra o los polacos a su gusto y en parte el mío. Punto. Me pasa con Alejandro Sebastiani es que me inquieta por que el decir de mi sobrino es bastante enredado, pero a mí me gusta sobremanera, tanto, que juro que va a ser uno de los grandes. (Explico lo de sobrino, para evitar prejuicios nepóticos, que no tiene que ver nada con los italianos, que en este momento detesto bastante porque les ha dado por volver a Mussolini, sino por una razón algo teocrática: Armando Rojas Guardia dice que Alejandro es su hijo y yo soy su hermano mayor, luego soy tío de aquel. Punto.)
Alejandro dice de una manera muy suya, tan suya que no encuentro con que cotejarla. No me vengan con postráfico y otras pistoladas. Yo voy a mentar una categoría hermenéutica (¡olé!) que llamaré medio-decir. Por ejemplo hay poemas que uno comienza a leer con una cierta coherencia conceptual, cierta digo, y unidad temática, cierta digo también, y de repente hay un cambio inesperado e inexplicable y se acabó la placidez lectora (le plaisir barthiano), lo cual suele pasar si a ver vamos muy a menudo desde el romanticismo en delante en la poesía del planeta.
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Pero aquí el libro no va a parar al purgatorio de lo postergado sino que uno se empeña en ver el nexo escamoteado, hasta que se da cuenta de que el autor está convencido de que los tales nexos no prexisten en poesía, sino son azar, consonancias arbitrarias, deambular para alentar encuentros, palabras que se reconocen sin haberse conocido y dale palante a ver si llegamos cerca del puerto perdido de la poesía, que casi todo partir es o llegar muy pronto o no llegar nunca. Es un gran riesgo y cuando se logra un verdadero laudo. Este libro es uno. ¿Se entiende? Seguro que no.
Y el otro ejemplo. La forma. El poeta debe saber más de poesía y refinamiento poético que muchos ilustrados académicos. Pero su lenguaje es más bien severo, parco, a veces rudo, cotidiano. Yo creo que si le aplicamos la categoría hermenéutica ya aludida sirve. Y me parece, la sociología cuenta a veces, porque no puede ni quiere deshacerse de la retórica de Candelaria, parroquia popular caraqueña, que es parte suya, añadida a su ADN itálico. Y sí se puede mezclar con Rilke, pero de tú a tú, sin que se vea demasiado, ni lo uno ni lo otro. Y eso la hace voz única.
Súmele una especie de exceso de aventurerismo, asfixiante y apasionante, que le provoca hasta inventar nuevos idiomas, pegar malandrismos con extranjerismos, pinturas (también pinta) astrosas con interrogantes sin respuestas, que son las buenas. Al autor no le gusta el refinamiento excesivo tampoco la vulgaridad, da clases de Pound pero a menudo dice coño. Supongo que no escribir como nadie es ser poeta, porque el decir auténtico es cosa de inventores de trabalenguas metafísico, bastante poco útiles para existir amablemente a decir verdad. He aquí uno, muy consciente de ello.
El tema del libro es, Partir. Sea. Pero viajar en un sentido poco usual. Ni siquiera el de Ítaca. Acaso el de trasladarse, ir y venir, vivir y morir
Alejandro Sebastiani Verlezza. Partir. Oscar Todmann. Caracas, 2018.