Peloteros cubanos, por Simón Boccanegra
La «normalización» de Cuba por llamar de alguna manera el conjunto de reformas en el modelo que adelanta el gobierno de Raúl Castro ha llegado al punto de que ahora los cubanos pueden viajar libremente (siempre que consigan la plata para pagar los pasajes), saliendo y volviendo a su país. Esto ha tenido, para el béisbol cubano, una consecuencia feliz: sus peloteros pueden ahora jugar afuera, incluso en las Grandes Ligas gringas, sin tener que abandonar sus hogares y arriesgar la vida en las famosas balsas. Hoy, pues, hay cubanos en todos los países donde el béisbol es el rey de los deportes. Entre otros, el nuestro. Sin embargo, estos deportistas, que suelen ganar sueldos muy altos (y más, comparándolos con los que devengan en su país, lo que permite al régimen mantener la ficción de que son peloteros amateur), no ven de ese dinero sino lo que les deja el Estado cubano, que es quien cobra la plata y, a su vez, paga a quien la produjo el bajísimo sueldo promedio de la isla. Esto se hace en nombre de la igualdad, lo cual estaría muy bien si no fuera porque el efecto real de la medida entre los habitantes de una isla rodeada de un mar capitalista, es estimular la deserción.
En estos días, cinco peloteros cubanos que fueron contratados en México, al no más pisar suelo azteca pidieron asilo. Esta es la patética simbología del enorme fracaso de la experiencia «socialista» del fidelismo. Un cambio total de la producción, del consumo, de la vida toda, en fin, no puede hacerse ni siquiera con la presteza que daría el cambio revolucionario en el poder político. La historia avanza, por lo general, a pasos cortos y lentos. Cuando las revoluciones le pisan el acelerador, los supuestos beneficiarios se convierten, en realidad, en sus impotentes víctimas.