Peripecias de la ayuda humanitaria, por Simón Boccanegra
Me habría gustado poder aplaudir el envío de ayuda humanitaria que hizo el gobierno a Haití, de un barco con 51 containers cargados, cada uno, con treinta toneladas de alimentos. Pero con esta gente no se puede; si no la ponen a la entrada la ponen a la salida. Resultó que los alimentos estaban podridos y Haití, lógicamente, rechazó la muestra de «solidaridad» gubernamental venezolana y, entonces, no tuvo, nuestro gobierno, otra ocurrencia que tratar de descargar el buque en República Dominicana. Las autoridades portuarias de este país, también lógicamente, negaron la autorización para ello. El «Santa Paula» -que tal es el nombre del barco- tuvo que regresar al país y ahora está fondeado en Puerto Cabello, de donde había partido, con tal carga en sus bodegas. La «generosidad», de nuestro gobierno con esa donación tiene su origen en la necesidad de deshacerse de 80 mil toneladas de alimentos, ya vencidos, que había adquirido, y luego olvidado, en Puerto Cabello, desde hace más de un año. Las autoridades venezolanas, -en este caso no tan lógicamente, porque de aquí había salido- también han negado el permiso para descargar el «Santa Paula». Aquí, nadie ha querido hacerse responsable de esa carga. De modo que allí está la nave, como aquellos barcos fantasma de las leyendas marinas, condenados a navegar eternamente, sin poder tocar en ningún puerto. Esta es una muestra, si se quiere insignificante, en la escala de los desaciertos oficialistas -aunque para Haití, por supuesto, no lo era-, pero que lleva a pensar que si lo hicieran deliberadamente no les saldría tan redonda. En cambio, los barcos venezolanos que transportan alimentos a Cuba son minuciosamente verificados por los cubanos, que no son pendejos y conocen el monstruo, porque, de hecho viven en sus entrañas. Ni Haití ni ningún otro país cuenta con ese privilegio.